Vox Católica: ”yo no conozco a ese hombre”
La víspera de Navidad, durante una entrevista en esRadio, Santiago Abascal fue preguntado acerca de la confesionalidad de Vox y su posible vinculación a la Iglesia Católica. La primera respuesta a modo de pregunta retórica no se hizo esperar: “¿quién ha dicho eso?”. Tras volver a ser inquirido, el entrevistado volvió a la carga: ”somos un partido político, no una orden religiosa”. Instantes después hubo lugar para una tercera negativa: “Vox es un partido no confesional”.
Viniendo de una persona presuntamente católica, recordaba (salvando cuantas distancias hubieren) a San Pedro en su triple apostasía. Solo Abascal en su fuero interno sabe si galleaba de no tener que ver con el catolicismo, o se alejaba asustado mientras el gallo cantaba en lo alto de cada iglesia levantada en España. El renuncio vino acompañado de una justificación según la cual la tradición cristiana se defendía porque había traído de la mano la democracia, la separación de poderes, y la separación Iglesia-Estado.
Semejante afirmación solo podía ser hecha por alguien que desconoce la tradición cristiana y aún más si cabe la tradición española, o dadas las circunstancias, alguien a quien la situación le sobrepasó y los nervios le jugaron una mala pasada. Vox es partidario de un estado aconfesional, cierto, pero eso no significa que sea un partido no confesional en tanto el grueso de afiliados y dirigentes son cristianos. Salvo que una sociedad política no tenga nada que ver con las creencias de sus miembros, deducción harto disparatada.
Desde que se abrió el telón del régimen del setenta y ocho, los partidos políticos (calificados otrora por Vázquez de Mella con cierta dosis de ingenio como “órdenes laicas”) han condenado la tradición católica: unos por defección, y otros por animadversión diabólica. No hace tantos años que el obispo Munilla afirmaba que no había en España un solo partido al que los católicos pudieran votar en conciencia. Saber si tal afirmación sigue vigente es el gran dilema para los católicos en España cuando miran desde sus posiciones la irrupción reverberante de Vox en el panorama nacional.
Vox había sido la única fuerza política con visibilidad, que denunciara en repetidas ocasiones el clima de cristianofobia que se vive en nuestro país, antes de su reciente eclosión. Haciendo gala de partido combativo (todo un signo distintivo en Vox) había sacado la espada dialéctica para decir que España y Europa eran cristianas y que había que preservar sus valores cristianos (curiosa forma de aconfesionalidad política). Pero llegó la hora de la verdad y su presidente, Santiago Abascal, hombre resuelto y bizarro, reculó posiciones con la misma debilidad que San Pedro abandonó a Cristo. El gallo había cantado.
Son tantos los católicos decididos a apoyar al partido de Abascal, como los que no. Consecuencia lógica de una masa social tan heterogénea como la del catolicismo español. Vox ha hecho de la defensa de la nación española su modus vivendi y la verdad no les ha ido mal. A día de hoy su puja poco tiene que ver con el catolicismo aunque paradójicamente tiene que ver mucho con España que fue (no lo olvidemos) su bandera.
Su defensa de la unidad de España como un bien mayor, llegó a ser abanderada lustros atrás con rotundidad por la Conferencia Episcopal en tiempos del cardenal Rouco Varela. Obsta que defender España sin defender la tradición católica es como defender el Estado sin defender la nación, o hacer causa de una nación abstracta. La preservación de los valores cristianos ha sido reemplazada por la defensa de “las costumbres judeocristianas”, en la estrategia de comunicación del partido; un sintagma delicuescente, una impostura histórica y un guiño en varias direcciones. Huelga decir que la tradición española fue únicamente cristiana.
Otro sintagma, viejo conocido de todos, es aquel al que llaman “voto útil”, precisamente el que mejor podría definir la única relación posible entre Vox y los católicos. La esencia del partido de Abascal no es católica. Vox nace de una escisión de la derecha liberal a la que se han ido adhiriendo otros elementos como el patriotismo, centralismo y el control exhaustivo de las fronteras. Los católicos no encontrarán la defensa de su causa en Vox. No obstante, la masa social que apoya a Vox, ve al partido como un estilete que urge para tumbar las leyes socialdemócratas de clara orientación anticristiana, instrumentalizadas para hacer de la moral católica jirones.
Existe una irreconciliable razón de fondo entre un partido católico y los demás: la génesis de su pensamiento. Para los católicos, tanto la moral como la política manan de la Verdad Revelada; las formaciones no católicas ponen la moral en manos de la política como principal fuente de legitimidad. Vox se postula como una derecha política nacional, simpatizante con el liberalismo, de pulsión jacobina, y aspecto pagano, afanosa de separar poder divino y político.
Quizá un católico pueda votar a Vox en conciencia, si bien el voto para Vox no es un voto católico. Según la visión católica, España es, ante todo, catolicismo, y para Vox, el catolicismo es solo un elemento más de la nación española. Ahí reside la gran quebrada. Algunos católicos apoyarán a Vox, otros le guardarán la distancia como la derecha pagana que una vez dijo: ”yo no conozco a ese hombre”.