V Centenario de la Batalla de Villalar

Villalar de los Comuneros es en la actualidad una pequeña población, de apenas cuatrocientos sesenta y seis habitantes, situada a ochenta y nueve kilómetros de la ciudad de Valladolid, capital de la Comunidad Autónoma de Castilla y León. Como muchas localidades castellanas vive un presente marcado por la incertidumbre de la despoblación y el envejecimiento, es decir, se integra en lo que ha dado en llamarse la “España vaciada”. Hoy, como en 1521, sus gentes viven del campo, sobre todo. Sin embargo, su historia particular la ha hecho acreedora, por mérito propio, de ser protagonista de un acontecimiento único, singular por su trascendencia y relieve histórico. En sus inmediaciones se libró la batalla de Villalar,  aquel ingrato veintitrés de abril de 1521, entre las tropas comuneras y las tropas leales a Carlos I, aunque bien podría afirmarse que leales a sus propios intereses particulares. Por tanto este año se celebra el V Centenario de la Batalla de Villalar, denominada desde entonces, de los Comuneros.

Pero la duda que se tiene y que muchos no llegan a entender es ¿Por qué la fiesta de la comunidad castellano-leonesa la ha convertido en fiesta oficial de la autonomía? ¿Cómo hacer de una derrota una victoria? ¿Se está con los imperialistas o con los comuneros? Falta mucha pedagogía que acometer para explicar el sentido de la celebración que conmemora el trágico final de los principales capitanes del movimiento sublevado. Lamentablemente, y mucho me temo que en el futuro será peor, el desconocimiento de la Historia de España por el común de los mortales no permitirá saber que ocurrió allí, de que iba eso de los comuneros o, en el peor de los casos, quede reducida la celebración a un día de pachanga, dulzaina y tambor, alegre comida campestre y , como siempre, una jornada reivindicativa de la extrema izquierda que, sin sonrojo ni vergüenza, desde su obtuso republicanismo, reclaman como propio un levantamiento en el Reino de Castilla que no tuvo un matiz antimonárquico, más al contrario, leal a la reina Juana I, esposa del hermoso Felipe I, hijo de Maximiliano I de Habsburgo, a la sazón emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y abuelo de Carlos I.

El Estatuto de Autonomía de Castilla y León (Ley Orgánica 4/1983) fue aprobado el 25 de febrero de 1983 y, con posterioridad, en 1986, se estableció como fiesta regional el “Día de Villalar”.  Treinta y cinco años han transcurrido desde entonces y, a día de hoy, todavía el “enigma” sigue siendo indescifrable para la inmensa mayoría. Esta es una característica, a mi entender, de la falta de espíritu regionalista que tiene el antaño corazón del Reino de España, es decir, Castilla.

Pero volvamos nuestra mirada hacia lo que históricamente representó la Guerra de las Comunidades. Dejando aparte prejuicios políticos actuales y centrándonos en los hechos históricos exclusivamente, las rebelión es la última de las grandes revueltas –no revoluciones- de finales de la Baja Edad Media o, lo que es lo mismo, la primera revuelta de la Edad Moderna, no ya de España, sino de Europa. Esta interpretación por sí sola otorga a este capítulo de nuestra historia común un lugar preeminente sobre otros muchos acaecidos en el devenir de los tiempos.

Recomiendo encarecidamente visitar Villalar, pisar el escenario del acontecimiento, no sin antes conocer la historia del suceso. Les aseguro que de ser así, se podrá aprovechar mejor el encuentro y entender mejor lo sucedido. En el lugar conocido como “Puente el Fierro”, la caballería de los grandes nobles de España daba alcance a la desorganizada tropa comunera que, desde Torrelobatón, se replegaba a Toro y, que al verse acometida por las huestes realistas, buscaba refugio en Villalar sin conseguirlo finalmente. En memoria de la batalla se levanta en la actualidad un monumento, erigido en 1992, de fea factura a mi modesto entender, que se avista a kilómetros de distancia. Desde allí, se abre ante nuestros ojos una inmensa planicie de tierras de labor que, en aquella recién estrenada primavera de 1521, estaba embarrada a consecuencia de la insistente lluvia caída durante las jornadas anteriores y que, de manera negativa, debilitó el repliegue de los sublevados.

La derrota era previsible dada la desigualdad en hombres, armamento y organización militar de unos y de otros. No cabía la victoria. La lucha cesó pronto y Francisco Maldonado, Juan Bravo y Juan de Padilla, por este orden, fueron apresados, no sin ofrecer una imposible resistencia. El trato recibido no fue precisamente amable ni cortés, mas al contrario, el desprecio, el ultraje y el maltrato fue la actitud de los vencedores. Al propio Padilla, Capitán General de los comuneros, le cruzaron el rostro de un tajo. La venganza, el rencor, el odio, el deseo de acallar las voces alzadas contra sus señores, dio paso a un a ejecución sin la posibilidad de defensa para los reos. Su sentencia ya había sido acordada sin misericordia ni cualquier atisbo de perdón. Al día siguiente, el veinticuatro de abril, se hacía efectiva la condena a ser decapitados en el patíbulo y a que sus cabezas fueran exhibidas en la picota para que a otros sirviese de escarmiento. Así fue como la justicia se hizo injusta, la mentira se impuso sobre la verdad de las últimas razones de un alzamiento ilegal, pero legítimo.

El delito cometido y así expuesto fue el de traidores al rey y de levantar en armas al pueblo contra su señor, amén de otros cargos imputados por los daños ocasionados. ¿Traidores? En absoluto, sus acciones fueron motivadas por la defensa del reino en contra de la depredación extranjera que, con el beneplácito de Carlos, se enriquecían a manos llenas, repartiéndose cargos y prebendas, a costa de un pueblo maltratado por los excesos de sus señores. Devotos de la reina Juana I de Castilla, jamás cuestionaron la legitimidad del rey, pero sí de su desidia, dejadez y poco afecto a Castilla, amén de sus reiteradas y continuadas ausencias motivadas por su obstinado empeño de acceder al trono del Sacro Imperio Romano Germánico, vacante tras la muerte de su abuelo, Maximiliano I. Obsesión esta que le llevó a exigir el pago de un servicio imposible a las Cortes de Castilla de manera insistente, con objeto de sufragar los gastos fastuosos de su elección imperial y posterior coronación. Ni traidores al Reino, ni traidores al rey por tanto. Leales y orgullosos castellanos defensores de sus derechos y libertades, de la honorabilidad de la corona y enemigos de los enemigos de Castilla. Ésta es la verdad.

Cinco siglos después, vencida la Edad Moderna y la Contemporánea, Castilla no se ha vuelto a levantar, como reza en la lápida del monumento citado. Castilla, entonces cabeza de león de España y de Europa y, por tanto, del mundo occidental, es hoy cola de ratón de una España dividida a modo de virreinatos autonómicos, amenazada por la sedición separatista y maltratada por el nacionalismo excluyente. Villalar debe ser recordada como la derrota de un pueblo que anhelaba paz, el progreso y la dignidad para su Reino. Ésta debe ser parte de esa memoria histórica tan manoseada, maltratada y ultrajada.

José María Nieto Vigil

Profesor. Doctor en Filosofía y Letras. Licenciado en Historia Antigua e Historia Medieval. Diplomado en Magisterio y Teología Fundamental. Estudios Superiores de Egiptología. Conferenciante y colaborador de medios de comunicación. Ex Presidente Provincial de Palencia de FSIE (Federación de Sindicatos Independientes de Enseñanza). Presidente fundador de Vox Palencia.

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