Una diplomacia de pena mora

¿Alguien me puede señalar qué país árabe disfruta de una democracia inspirada en una plena división de poderes? ¿Quizá alguno de ello disfruta de un sistema basado en un Estado Social y de Derecho? ¿Marruecos? ¿Mauritania? ¿Argelia? ¿Túnez? O quizá ¿Arabia Saudita? ¿Yemen? ¿Siria? ¿Egipto? o a lo mejor ¿Emiratos Árabes Unidos? ¿Irán? ¿Irak? A los amantes del encuentro entre las civilizaciones –peregrina idea del sonriente, por insolente, José Luis Rodríguez Zapatero-, les contestaré escuetamente que NINGUNA. ¿Han tenido ustedes conocimiento de alguna manifestación promovida por las feministas españolas en contra de la discriminación de la mujer en el mundo árabe? También les contesto, la CALLADA por RESPUESTA ha sido su posicionamiento, tan contestatario y activo en el mundo civilizado.

Lo que está pasando con Marruecos, no ya sólo por el asunto pretérito del Sahara, sino en tantas cuestiones como la inmigración ilegal, el trasiego de droga, el tráfico de personas, la cuestión de la pesca en los caladeros marroquíes, la presión e invasión de nuestras fronteras, la aparición de células terroristas yihadistas y un larguísimo etcétera, son permanentes focos de conflicto político con el Reino de España. Nuestra amistad peligrosa con nuestro incómodo vecino del otro lado del estrecho nos ha traído de cabeza a lo largo del tiempo. El chantaje permanente y sistemático por parte de los súbditos alauitas del rey de Marruecos, Mohammed VI, es vergonzoso, inaceptable y humillante. Grandes cantidades de dinero, material bélico y apoyo incondicional han sido nuestras vergonzosas respuestas a su constante amenaza e intimidación.

La dinastía alauita instalada en el poder real en el país de la cordillera del Atlas, nunca ha destacado por el respeto a los derechos humanos, la libertad de sus vasallos, ni por la esmerada educación y sistema sanitario, tampoco por el respeto al pueblo saharaui, perseguido, torturado y obligado a vivir, en terribles condiciones, en pleno desierto del Sahara, más concretamente en los campamentos de la provincia argelina de Tinduf. Tampoco puedo olvidarme de la política de colonización promovida por Rabat en la antigua colonia española que, de manera invasiva, ha sometido a una cultura y a un pueblo a la dictadura del soberano marroquí, convertido en territorio no autónomo por expresa designación de Naciones Unidas. Allí la población es adoctrinada, sojuzgada y aplastada, a capricho y sin contemplaciones, por el heredero de Hassan II. Hasta se ha impuesto la lengua del invasor como idioma oficial. Todo un ejemplo de respeto a cualquier declaración universal de los derechos humanos. Éste es el modo de actuar de nuestro simpático vecino.

Estamos obligados a mantener relaciones diplomáticas fluidas y permanentes por nuestra situación geográfica en el mapa, pero en absoluto podemos cerrar los ojos y decir “Alá sea contigo”, ya que decir amén sería un gesto xenófobo y racista que ofendería la sensibilidad de nuestro ingrato y desagradecido vecino. Es difícil lidiar con este morlaco traicionero y bereber, ya lo sé, pero reírle las gracias al susodicho o, peor aún, estar de rodillas rindiéndole pleitesía y vasallaje es inaceptable, atenta contra nuestra dignidad nacional y orgullo patrio. Cortesía y diplomacia, por descontado, sumisión y sentir congoja –permítanme la vulgaridad de mi expresión-, ni de coña.

Que las hordas de Sidi Mohammed ben Hassan ben Youssef el-Alaoui (Mohammed VI) asalten nuestras fronteras, hostiguen a nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, amén de la presión sobre nuestras tropas allí desplegadas, es insultante. Llegados a este punto hay que recordar cuál es la función de nuestras Fuerzas Armadas, la de preservar la integridad territorial de España y defender sus fronteras ante posibles amenazas, entre otras (Título Preeliminar, artículo 8, párrafo 1 de nuestra Carta Magna). Está muy bien la ayuda humanitaria, está muy bien la disuasión de los que se encaraman a las vallas, pero consentir una invasión a puerta abierta de lado moro y, con complejos y tibiedades, por parte española, es de un ridículo espantoso. Los rifeños conocen nuestra debilidad, agigantada por la política chiripitiflaútica de la administración socialista, saben que nuestro gobierno es muy timorato y modosito en cuestiones relativas a sus propuestas magrebíes. Y, claro, la consecuencia es lo que estamos viendo a diario en los servicios informativos. España se ha convertido en la casa de tócame roque, de la mano de la ministra de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación –menudo título para tan menguada responsable- Arancha González Laya.

La acogida en España del jefe del Frente Polisario, Brahim Ghali, ha sido un error de cajón de pino piñonero, pero peor ha sido la pantomima de la toma de declaración por los delitos que se le imputan a este angelito. En tanto, el sultán de Rabat, instalado en la comuna de touarga, se permite afear la posición española en el desconcierto de las naciones. Sabe que nos tiene cogidos por los bajos y que con un ordeno y mando, en menos que canta un gallo, nos envía a sus enardecidos ejércitos de desarrapados, eso sí, pacíficamente, sin pegar un solo tiro. Nuestro trotamundos -diría más trotaconventos- presidente del gobierno, como siempre nos tiene acostumbrados, con un tono meloso, empalagoso, pedante, cargado de palabras huecas y eufemismos, con tono templado –siguiendo indicaciones de su incondicional hasta el final, Iván Redondo- nos hace tragar con todo lo que al moro se le ponga en gana. Yo de momento me voy a escuchar a Lola Flores interpretando aquella canción ¡Ay pena, penita, pena!, que seguro que me anima más que tanta majadería presidencial.

José María Nieto Vigil

Profesor. Doctor en Filosofía y Letras. Licenciado en Historia Antigua e Historia Medieval. Diplomado en Magisterio y Teología Fundamental. Estudios Superiores de Egiptología. Conferenciante y colaborador de medios de comunicación. Ex Presidente Provincial de Palencia de FSIE (Federación de Sindicatos Independientes de Enseñanza). Presidente fundador de Vox Palencia.

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