Tiempos de aires nuevos que recuperar

Con la democracia que alcanzamos gracias a la transición, hemos disfrutado del período más largo de libertad y paz que los españoles habíamos soñado, sólo puesto en cuestión generando muerte, miedo y buscando su destrucción primero por un intento de involución que se zanjó en 1981 con el rechazo al golpe de Estado y por una izquierda asesina y violenta que no deseaba renunciar al marxismo asesino, totalitario y violento.

El PCE de Santiago Carrillo, único disidente real del comunismo frente al franquismo, lo tuvo muy claro ab initio de la transición y procedió a desvincularse del marxismo y acercar el partido al eurocomunismo reivindicativo, pero lejano del totalitarismo. Al poco, Felipe González, con idéntica visión, rechazó el marxismo del PSOE acomodándolo a una socialdemocracia equivalente a la existente en el resto del mundo civilizado y muy lejos del modelo sectario y cruel de socialismo práctico de la Europa del Este.

Con el intento de involución, esa socialdemocracia, alcanzó el poder, comenzó un proceso de modernización apoyado desde Europa con ingentes fondos económicos y con el esfuerzo sin par de los ciudadanos, que concedieron reiteradas mayorías absolutas a ese modelo que, fruto de la destrucción de los controles democráticos promovidos ab initio con una voluntad de democratizar unas instituciones que procedían del modelo anterior, procedió a integrar, de forma sistémica, una actividad corrupta que llegó con un terrorismo de Estado y un latrocinio institucionalizado que generó en la sociedad la necesidad de cambio.

Ese fue el momento en que una derecha unida, modernizada, bien gestionada y liderada por un hombre gris y poco carismático se presentó como adalid de la regeneración ética y liberador de la crisis económica existente. Con él se abrió un modo nuevo de hacer política, que permitía una recuperación económica importante y el desarrollo de una política internacional que colocó a nuestro país en los más altos niveles económicos y políticos internacionales; pero, ocupado en esas construcciones, se olvidó de deconstruir los modelos corruptos y de regenerar la política para, en los últimos tiempos, actuar con una altanería y engreimiento desagradable e impropio.

Consecuencia del 11-M, de la no suspensión de las elecciones, a las que ya no se presentaba Aznar, y a una manipulación interesada, alcanzó el poder Zapatero, al que cogió la situación sin preparar y, con un talante suave, pero una mano de hierro, despacio, con políticas lentas, pero profundas,  inoculó en la sociedad, y en su partido, las dos claves cancerígenas que son: recuperar el marxismo y/o sus postulados mediante la nueva lucha de clases transformada en la lucha de sexos, que no es lo mismo que la lucha por la igualdad, postulando la superación de la transición como momento en que se rompió con ese marxismo revanchista y se optó por la libertad; y, la segunda, introduciendo la posibilidad de romper la Constitución con la superación de la unidad nacional y la soberanía del pueblo español, con la admisión de un derecho de autodeterminación catalán y vasco como modelos de superación del independentismo, previamente realimentado.

En este tiempo, la derecha descabezada, desnortada, destruida por procesos de corrupción, bien utilizados por el adversario y muy mal gestionados por el partido, se olvida de su electorado, de sus valores, de sus objetivos y se dedica a resucitar las ladillas que pululan en torno a los partidos, a darles poder y a no regenerar sus estructuras, apartado el partido de si mismo y de la sociedad, que se mantiene con algún resultado en determinados feudos más por inercia que por la nefasta actividad de los dirigentes.

Con la victoria de Ayuso, se pone de manifiesto que los ciudadanos queremos una derecha democrática, sólida, seria, solvente, coherente y cercana que, sin extremismos, sin alharacas pero con firmeza, defienda un modelo de libertad económica, social y política en la que el sector privado pueda ser tan fuerte como él desee y el público dedicarse a la prestación de servicios que, o bien no puede desarrollar el privado, o hacerlo con carácter general cubriendo las necesidades de todos. Una derecha que no mire al pasado, que no renuncie a lo hecho en democracia, bueno y malo, pero que sólo le sirva para mejorarlo, recordando siempre que el votante debe de ser respetado y no concebido como “perrito sin alma”

Ahora, la izquierda destruida debe de recomponerse desechando el sectarismo o fanatismo promarxista o paramarxista que les come las entrañas y que, desde el respeto al votante, le trasladen un modelo de sociedad en libertad con su modelo económico, con sus planteamientos estatalistas moderados, pero defiendan el marco constitucional, que es el campo de juego que nos dimos y nos ha concedido la libertad; que, superando los errores cometidos, recuperen el modelo político del PSOE de González, adaptándolo a los nuevos tiempos.

No es preciso el bipartidismo, pero sí una rebaja de la tensión política, la eliminación de la crispación y el uso barriobajero, para recuperar una política seria, temporal, educada y señorial, en la que la disputa no sea entre enemigos, sino entre rivales.

Enrique de Santiago Herrero

Abogado. Máster en Ciencia Política. Diploma de estudios avanzados en Derecho Civil Patrimonial. Derecho penal de la empresa. Colaborador y articulista en diversos medios de comunicación escrita, radio y televisión.

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