¿Qué fue de la derecha cristiana?
Existe un sector de votantes cada vez mayor que ya no se encuentra en situación de «orfandad electoral», porque ya tienen a quien votar en las próximas elecciones. Solo les falta dar ese paso adelante.
En España, donde han tratado de hacer desaparecer la derecha para así facilitar gobernanzas, tenemos que ser valientes para nadar contra la corriente mayoritaria y elegir la única opción política que representa los postulados diestros. Y hacerlo antes de que esto reviente por algún lado.
“En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario”. Orwell
¿Cuándo empezó esa parte de la sociedad socialmente conservadora, a aceptar con gratitud y agrado las migajas que le cedían los señores de la progresía? ¿Cuándo esa juventud cristiana, tradicionalmente inconformista y activa, renunció a su papel neutralizador del empuje libertario de quienes, vacíos por dentro, imponen silenciosamente conceptos desmoralizantes de sociedad?
“Con los ojos en alto y la boca abierta, el pueblo escucha ávidamente lo que cree que le complace y cuanto menos entiende, más admira” Jean de la Bruyere.
Son tiempos para analizar cada acto, cada propuesta, de forma individual. Son momentos para decidir si queremos luchar por un cómodo presente, aunque garantice un deterioro irreversible de nuestro modo de vida, o pelear por la incomodidad que supone intentar dejar a nuestros hijos un futuro libre de las imposiciones sodomizantes del nuevo orden.
La vocación de servicio
Creo que todos estamos de acuerdo en que el político debe ser un servidor público. Sus apetencias personales y avidez de poder deben quedar relegadas al bien común, al mandato de un cuerpo social que necesita quien lo dirija; dirigir es servir.
Probablemente esto suene a chino a la mayoría de los políticos actuales, más interesados en labrarse una carrera para vivir holgadamente de la política que en vivir sacrificadamente para la política. De esta manera el ciudadano se convierte en un medio en lugar de en el fin que debe regir sus actuaciones.
Solamente algún partido político hoy en España se enfoca en satisfacer las demandas de sus electores más allá de lo estrictamente necesario para asegurar su reelección.
Algunos intentan ordeñar este vicio de manera perversa. Es el caso de los que antaño ocupaban el espacio político de la llamada derecha española. En un intento por aglutinar el máximo de votos posibles abrieron tanto la mano, que obligaban a coexistir toda suerte de tendencias divergentes.
Se pueden mezclar el agua y el aceite pero cuando dejemos de agitar, la composición natural de cada uno pondrá a cada cual en su lugar. Lo mismo ocurre con la forzada mezcla de ideologías en la que se empeñan los grandes partidos que quieren restaurar el bipartidismo.
Ese intento partidista por difuminar las líneas claras que separan las distintas tendencias que pretenden mezclar, hace que muchos ciudadanos salten fuera de la probeta de mezclas en un desesperado intento por mantener su esencia. Es el caso de la derecha cristiana.
En busca de la derecha perdida
Disfrazado de tolerancia y buenismo, el centrista de hoy (el de origen derechista) intenta caerle bien a todo el mundo. Para ello se empeña en encontrar algo bueno en todas las opiniones, aunque choquen frontalmente con la esencia de sus postulados tradicionales.
Acomplejados y pusilánimes han ido enterrando el antiguo concepto de «derecha» y adaptándolo a su conveniencia, hasta dejarla, como dijo Alfonso Guerra, “que no la conoce ni la mare que la parió”.
Recurrir al relativismo, disfrazar la cobardía de tolerancia, travestir las concesiones en temas vitales en diálogo conciliador, enterró a la derecha en el centro progresista.
Es necesario sacudir el molde donde quieren enclaustrar a la derecha cristiana para mimetizarla con ese progresismo corrosivo. Ser conservador socialmente, tradicionalista, no es ser retrógrado; no aceptar liberalidades sociales como el aborto, la eutanasia, la ideología de género, los vientres de alquiler y otros temas que contaminan la esencia de la tradición cristiana, población mayoritaria en España pese a quien pese, no es estar anclado en el pasado; se puede ser liberal en lo económico sin atentar contra la Justicia Social; se puede ser humanamente justo defendiendo la limitación y necesaria integración de los inmigrantes para que no destruyan nuestra base social. Esto no es ser xenófobo, es ser previsor ante un futuro amenazante que convertirá a Europa en un continente islamizado en un futuro no lejano.
Aceptar el orden natural no significa ser homófobo, sino aprobar las directrices que permiten que el progreso social fluya sin necesidad de convertir en norma lo excepcional. Aceptar lo diferente, reconocer la intimidad sexual, no puede ni debe pasar por destruir la familia tradicional…y la derecha cristiana jamás hubiera pasado por ese aro.
La tabla de salvación tiene tres letras
Los valores tradicionales casan con el sector socialcristiano de la derecha, que puede aglutinarse perfectamente bajo tres letras. Ese que bajo ningún concepto aceptará como moneda de cambio temas capitales para la conformación social que concibe. Así, jamás cederá ante el aborto, la ideología de género o los vientres de alquiler, por citar los tres temas que el centro progresista, antes derecha conservadora, ha asumido como suyos en un esfuerzo suicida por arañar los votos más centrados de la izquierda.
Ser de derechas, en definitiva, es mantener ideas antitéticas a las izquierdas. Ser socialcristiano, dentro de la derecha, es limar las asperezas del neoliberalismo capitalista imponiendo ciertas normas a la actividad económica que eviten abusos de todo orden; es escorarse de alguna forma al distributismo chestertoniano; conservar los valores tradicionales adaptándolos a los nuevos tiempos sin renunciar a su génesis; humanizar el mercado para evitar que esté por encima de los derechos sociales; construir un marco de Justicia Social en el que se premie la meritocracia sin avasallar a los menos favorecidos; reconocer en la Educación un derecho para todos en lugar de un vehículo de adoctrinamiento; aceptar el orden natural como vector de la conformación social.
Hoy, afortunadamente, esto existe con representación parlamentaria. Algunos tienden a llamarlo despectivamente «populismo» para desacreditarlo. Yo lo llamo «vestirse por los pies».