Pensamientos que delinquen

La expresión Cogitationes poenam nemo patitur significa que nadie puede ser penado por sus pensamientos. Se trata de un principio del derecho romano asumido por el Derecho penal. Tras el escudo de la ausencia delictiva del pensamiento, se han ido parapetando los enemigos de la nación española, y los cómplices instalados en el gobierno central, consumados aguadores del mal, empecinados en sacar rédito a toda costa. Juntos conforman una sarta de oportunistas, acostumbrados al descaro, con tal de justificar sus ominosidades.

Así ha actuado nada menos que el presidente del Gobierno de España afirmando que el pensamiento no delinque, tras las continuas incitaciones a la rebelión por parte del señor Torra. Con anterioridad, los buenistas habituales ya habían cuestionado determinadas sentencias o encausamientos judiciales, a personajillos que, al son de idéntica consigna ( ”el pensamiento no delinque”), habían hecho apología pública del delito contra instituciones, o personas físicas.

Mal andan todos de semántica y de sintaxis,  al definir como pensamiento lo que en realidad es pensamiento, palabra, y obra a la vez. Dicen que las palabras se las lleva el viento pero sus inquilinos no las espetan contracorriente: saben bien lo que dicen, hacia quien lo dirigen y porqué lo hacen. Ocurre que una sociedad domesticada en las tragaderas de la demagogia, acepta los sofismas con la naturalidad del perro que acude al hueso. Lo llaman instintos sublimados.

Mientras los profesionales y aficionados a la demagogia nos dicen que el pensamiento no delinque, cuando realmente lo que quieren es exculpar la palabra, Jesucristo demostró lo contrario, desmontó semejante aberración. Nos enseñó que se pecaba de pensamiento, palabra, y obra. Más aún, a lo largo y ancho de todas sus enseñanzas, el pensamiento se muestra como la guarida donde la malignidad cavila sus asechanzas. Avisa a sus discípulos que han de estar preparados para combatir y vencerla de raíz cuando venga a tentarles.

El  nuevo mantra que acuña la inviolabilidad del pensamiento hecho verbo, revela cuatro cosas: la primera, que no hay moralina más hipócrita que el consecuencialismo (según el cual las premisas son buenas y admisibles dependiendo de sus consecuencias), la segunda, que la ley puede ser profundamente inmoral e injusta si se atiene a los dictados de un pensamiento inviolable convertido en licencia para disparar las balas de la dialéctica, la tercera, que las democracias garantistas hasta lo acérrimo, han conculcado la conciencia y la han relegado a la categoría de baratija, y por último, el insondable daño causado por el dogma del librepensamiento, fuente de tantas y tantas aberraciones e hijo putativo del liberalismo.

El pensamiento es el primer estadio donde se perpetra todo mal. Recuerden el adagio descartiano del “pienso luego existo”. El mal existe desde el pensamiento O mejor dicho, es su tierra de cultivo, si el mal se cavila en el interior del ser, y persevera, existe, y cuando ya se anuncia a bombo y platillo, traspasa la barrera del pensamiento y pasa a la acción. Las conspiraciones, las traiciones, las conflagraciones premeditadas, las infidelidades de cuello fino, los golpes de Estado, las especulaciones financieras, o el terrorismo, no son reacciones acaloradas de una pobre casquivana, o arreones que cogen a los mortales por sorpresa  aprovechando su debilidad natural; son el pecado en substancia, elaborado en la psique con esmero frailuno y maldad sosegada.

El pensamiento es a la palabra lo que la semántica a la sintaxis. La palabra que nunca delinque es la sintaxis carente de semántica, y como sabemos una de las malas artes del malhechor emboscado es el uso envenenado de la sintaxis.

 

Eduardo Gómez Melero

Doctor en ciencias económicas, empresariales y jurídicas por la Universidad Politécnica de Cartagena. Columnista de Religión en Libertad. Servidor de: Dios, la Iglesia y usted.

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