Paseos por la España desconocida: La Riba de Escalote (Soria)
Soria subsiste a duras penas mientras sus milenarios pueblos, llenos de intrahistoria, van muriendo lenta e inexorablemente.
De las provincias de la Madre Patria España, quizá sea la de Soria la más oculta y enigmática. O una de las que mejor ha sabido preservar el color castellano en cada una de sus piedras, contornos y oquedades. Entre la despoblación y el abandono, entre un turismo sibarita y la pujanza de media docena de municipios, Soria subsiste a duras penas mientras sus milenarios pueblos, llenos de intrahistoria, van muriendo lenta e inexorablemente.
De las 463 localidades (¡cifra inaudita de puro abultada para una sola provincia!) que la conforman, hemos escogido una de las menos conocidas del mapa soriano: La Riba de Escalote, en la comarca de la Comunidad de villa y tierra de Berlanga. No pretendan buscar mayores explicaciones que justifiquen la elección: la verdadera entraña del viaje participa del espíritu aleatorio. La Riba de Escalote no llama al viajero: es éste el que debe acudir a su término, buscarlo, encontrarlo, palparlo.
Según el más reciente censo (2018), la población de La Riba de Escalote es de tan sólo 9 habitantes. En 1920, es decir hace casi un siglo, aparecían registradas 373 almas. El éxodo a las grandes ciudades y el desarraigo de las nuevas generaciones hijas del estado de bienestar ha propiciado todo lo demás.
A este ritmo, todos los pronósticos parecen apuntar a que en el plazo de una década o menos, La Riba pase a ser uno de esos casi 300 pueblos sorianos abandonados o muertos, que sólo recobran cierta vida en verano, cuando los urbanitas descendientes de los ribenses de antaño acudan al pueblo a pasar unas semanas de solaz, reponiéndose del infausto asfalto y los tubos de escape de las grandes ciudades “que lo tienen todo”.

Por lo demás, La Riba de Escalote es un pueblo como Dios manda: tiene una formidable iglesia con sus campanas, una ermita dedicada a San Hipólito y una austera fuente blanca, llamada “El Piojo” y culminada con un bonito botijo.
Goza además de una atalaya (una de tantas que jalonan la línea del horizonte soriano), y sus vistas, para qué engañarnos, son magníficas.

La flora es cumplida, y la fauna, cumplidora: los insectos liban en las flores desplegando sus palpitantes trompetillas, y los gatos panzudos, risueños, toman el sol tranquilos durante la hora de la siesta.
Sí, es un día como otro cualquiera en La Riba de Escalote. ¿Se puede pedir más?