Paseos por la España desconocida: El Castillo de Trasmoz (Zaragoza)
El nombre de este castillo está bien arraigado en el imaginario colectivo con la personalidad del gran poeta romántico Gustavo Adolfo Bécquer, quien durante su estadía en el cercano Monasterio de Veruela hizo varias excursiones al bien patrimonial que hoy nos lleva.
Brujas, nigromantes, diablos, aquelarres, toda una sarta de elementos asociados al mundo oscuro se convocan en Trasmoz. Y es que el lugar, literatura pintoresca al margen, no es para menos: un viento afilado como un ejército de alfileres golpea impetuoso contra la gran mole hexagonal. Las vistas son espléndidas; el aire, puro.
La historia de esta estructura se remonta al siglo XII. La fecha más antigua de la que se tiene constancia es 1185. Perteneciente en un principio a Navarra, pronto pasó a la Corona de Aragón (1232). Entre los siglos XIV y XV Trasmoz pertenecerá a las familias Luna, primero, y Ximenez de Urrea, después. No aburriremos al lector con más detalles de historia, pero lo cierto es que hacia el año 1530 el castillo es abandonado. Desde entonces hasta nuestros días, es decir en casi cinco siglos de inexorable degradación y/o erosión, Trasmoz ha logrado mantener en planta su traza original, pese a que su devastación interior sea total. Recientes excavaciones arqueológicas han recuperado una mínima parte del conjunto. Los trabajos de restauración se han centrado sobre todo en la Torre del homenaje; no es mucho, pero es algo.
En cualquier caso, lo mejor que el viajero puede hacer en Trasmoz es recorrer el perímetro amurallado del castillo, familiarizándose con sus piedras: resulta sobrecogedor observar con qué gracia y naturalidad se aúnan los pétreos estratos que el paisaje aporta con la superposición del rudo aparejo constructivo. Una armonía secreta y como indescifrable, mantiene intacto su peculiar código estético. Pésimos detalles de nueva fábrica acusan la intervención del moderno.
Así y todo, hoy en día el castillo y su entorno aparecen burdamente instrumentalizados por el turismo frívolo y decadente de la Nueva Era. Aprovechando el tirón de todo aquello que huela a brujería y azufre (signo inequívoco de la apostasía de España, donde el Kempis ha sido sustituido por el Necronomicon), Trasmoz es objeto de una “Feria de brujería, magia y plantas medicinales” (!); ya van por la XVIII edición. Nos preguntamos perplejos qué estimulo, que acicate realmente provechoso encontrará ese público postmoderno en estas baratijas de bazar… Si Bécquer levantara cabeza.