Ni Zelenski, ni Ucrania… El globalismo libra una guerra más contra las identidades nacionales

¿Quién gana con el desmembramiento europeo?

Amigos y lectores de InfoHispania:

La situación de Europa es desastrosa en todos los sentidos. Ha perdido su identidad cristiana, se ha abandonado en manos de partidos y políticos mercenarios, envejece demográficamente de manera acelerada, al tiempo que consiente a una emigración sospechosa (que desdeña la herencia grecolatina, y que fuerza drásticos cambios en los programas políticos, educativos, sanitarios y sociales en perjuicio ¡de los europeos!).

Tanto los regímenes liberales como los socialistas han saboteado —y lo siguen haciendo— la unidad europea con el propósito de impedir que conforme un bloque poderoso en lo militar, lo económico y, por supuesto, en lo religioso.

¿Quién gana con el desmembramiento europeo? Está claro que las camarillas políticas que pretenden consolidar un orden mundial que niegue la existencia del Dios uno y trino, la dignidad humana (que es reflejo de la dignidad divina), la diferencia de sexos y, en consecuencia, la protección a la familia y la libertad de conciencia.

Hoy, vemos cómo los países europeos son manipulados desde Washington, Londres y Bruselas para apoyar al presidente de Ucrania, Volodímir Zelensky, quien ha reprimido a las minorías eslavas prorrusas residentes en su país.

La mismísima Organización de Naciones Unidas (ONU) —dominada por los globalistas— ha documentado al menos catorce mil crímenes cometidos por las fuerzas militares y de seguridad ucranianas en Donetsk y Lugansk.

El actual desorden europeo es consecuencia de los arbitrarios despojos que sufrieron los vencidos de las pasadas dos guerras mundiales; despojos que fueron diseñados y aplicados por los gobiernos de los Estados Unidos y el Reino Unido.

Para ejemplificarlo, baste mencionar que el 14 de agosto de 1941 se reunieron, en algún punto del océano Atlántico, el entonces presidente de los EE.UU., Flanklin Delano Roosevelt, y quien era el primer ministro del Reino Unido, Winston Churchill, para firmar una declaración conjunta a la que denominaron Carta del Atlántico.

En ese documento, Roosevelt y Churchill anunciaron los ocho puntos que guiarían —supuestamente— su política exterior una vez que hubieran vencido a la Alemania nacionalsocialista de Adolfo Hitler.

El punto 2 del documento decía a la letra que los firmantes “No desean ver ningún cambio territorial que no esté de acuerdo con los votos libremente expresados de los pueblos interesados”.

Terminada la Segunda Guerra Mundial, la Carta del Atlántico se convirtió en letra muerta para Occidente y en letra viva para la Unión Soviética, a la que Washington y Londres le entregaron la mitad de Alemania, además de Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Yugoslavia y Bulgaria; a los gobiernos firmantes del citado documento tampoco les importó que Letonia, Lituania y Estonia quedaran bajo el yugo de la URSS.

A los anglosajones que buscan el predominio a ambos lados del Atlántico lo que menos les interesa es la autodeterminación de los pueblos; no les interesó en el siglo XX y menos, en el XXI.

Se han tardado más de un siglo en consolidar su hegemonía bicontinental (basada en divisiones territoriales arbitrarias, en el combate mortal a las identidades de los pueblos, en las migraciones manipuladas, en el relajamiento absoluto de las costumbres y en una guerra a muerte contra la religión católica —ejecutada tanto desde dentro como desde fuera de la Institución) como para consentir que los eslavos radicados en Ucrania se integren a Rusia. Hoy son ellos. Mañana, ¿quiénes?

Esto explica que los feroces enemigos occidentales del nacionalsocialismo alemán defiendan con todo a Zelensky (quien es judío) y al batallón Azov. Lo cierto es que en Ucrania no rige el nacionalsocialismo concebido por Hitler.

Zelensky y el batallón Azov (autodenominado nazi) son simples instrumentos de ocasión del globalismo, el cual rechaza que los pueblos conserven sus identidades nacionales y cohabiten pacíficamente entre ellos, sin estar sometidos a las élites internacionales.

Gentiles lectores: les pido atentamente que pongan sus miradas sobre el mapa actual de Europa y reflexionen sobre cuántas patrias han sido desmembradas desde 1919 a la fecha. Y que, hecho lo anterior, proyecten escenarios probables: ¿cuántos de esos pueblos divididos aceptarían conservar su estatus actual y cuántos optarían —en cambio— por recuperar su identidad nacional?

Permítanme formularles dos preguntas más: ¿cómo podría recuperar Europa sus valores cristianos y la herencia cultural grecolatina? Y más aún: ¿cómo podría Europa recuperar su unidad y fortaleza?

Desde la perspectiva de quien escribe, Europa estaría más cerca de la Rusia ortodoxa que del radicalismo de Zelensky. Para los europeos sería mejor sacudirse el gobierno de las élites y dar paso a una verdadera alianza militar, económica, financiera y cultural que pudiera sostener una relación pacífica con Moscú, y defender sus intereses comunes ante el gigante chino y los remanentes del imperio anglosajón.

De Putin y de Rusia nos ocuparemos en una próxima entrega.

Gracias por haber leído el presente trabajo. Sus comentarios serán bienvenidos hoy y siempre.

¡Saludos desde México!

Jorge Santa Cruz

Periodista mexicano, católico y conservador.

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