“Ni heridos ni prisioneros, los tiros a la barriga” Manuel Azaña, 1933. Presidente de la II República
Este es el ídolo de nuestros gobernantes.
Según la RAE, la expresión «POR MI HONOR» significa: Cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo.
En la WEB de la Guardia Civil podemos leer lo siguiente: «El lema del guardia civil es: “El Honor es mi Divisa”.
El General Dávila lo define así: «el honor es el más noble estímulo del valor militar, representa el respeto hacia uno mismo; … leales, dignos, íntegros e inalterables en el cumplimiento del deber. Ello permite el decoro y la reputación del soldado y su familia.»
El Honor, por lo tanto, es una OBLIGACIÓN para una persona que expone su propia vida para beneficiar a los demás. Pero, para los políticos, el honor, no es una obligación, ni una exigencia personal, ni siquiera una cualidad altamente valorada, es simplemente un DERECHO.
Un militar, un guardia civil, un policía Nacional, sabe que por encima de su propio interés está su honor, por esta razón, sabe que no puede mentir ni falsear la verdad para zafarse de una acusación que le incriminaría, porque esto sería un acto de cobardía.
Un político no lo ve así. Cuando un político hace referencia al “derecho al honor” es porque alguien ha puesto en evidencia alguna mentira o ilegalidad que ha cometido. Es decir, él puede robar, pero nosotros no podemos llamarlo «chorizo». Mentir o “faltar a la verdad” es para un político una herramienta que usa para trabajar, negociar y convencer; pueden usarla o no, depende de su dignidad. La mentira es, además, junto con la amenaza, la distorsión o el chantaje, un arma con la que ejercer sobre los demás una violencia no catalogada y, por ello, impune.
EL BROTE REVOLUCIONARIO ANARQUISTA REPRESALIADO POR AZAÑA EN 1933
Entre los días 10 y 12 de enero de 1933 se produjo una matanza en una aldea de Cádiz llamada Casas Viejas, cercana a Medina Sidonia, por el estallido de una rebelión anarquista. Entre fuerzas de seguridad y civiles, fallecieron 26 personas con fusilamientos y quema de una casa con rebeldes.
Se celebró un juicio tratando de dirimir las responsabilidades pero, como siempre, perdieron los que se juegan la vida y ganaron los de los despachos.
El acusado de la masacre fue el Capitán Rojas de los guardias de asalto (hoy, Policía Nacional) y fue condenado a 21 años de cárcel, aunque él siempre afirmó que cumplió las órdenes que le dio el Director General de seguridad, Señor Arturo Menéndez, siguiendo las órdenes del Gobierno. En el Gobierno estaba Manuel Azaña, republicano de izquierdas, como presidente y ministro de la Guerra y Casares Quiroga, republicano de izquierdas como ministro de la Gobernación.
Aquí empieza el problema: los políticos dijeron que ellos no ordenaron nada y los guardias, que sin órdenes ellos no matan a nadie. Dicho así, sería cuestión nuestra el creer a unos o a otros; no quiero hacer sugerencias, pero yo lo tengo claro.
Les propongo que lean el testimonio del Capitán Rojas para ustedes mismos tengan en qué basarse. Este texto fue leído en la Cámara por el diputado Ortega y Gasset y publicado en la prensa. Se van a quedar con la boca abierta.
«Declaración de don Manuel Rojas, escrita temiendo sin duda ser objeto de alguna maniobra, y que confió a una persona de su absoluta confianza, con la consigna de que no diese publicidad en tanto no se confirmasen sus temores. Dice esta declaración que fue llamado a la Dirección de Seguridad por el señor Menéndez, en uno de los primeros días de enero, y le dijo que en Jerez iba a estallar un movimiento monárquico o algo así parecido al del 10 de agosto, o que por lo menos estaba mantenido por el dinero monárquico, y que como en él tenía absoluta confianza, por eso le encargaba que saliese con su compañía; que no quería que hubiera ni heridos ni prisioneros, porque luego éstos declaraban lo que ocurría, y que si hacía falta emplease la ley de fugas y tirara a la cabeza, y que no se fiara de posibles parlamentarios porque ya sabían que se empleaba este ardid para causar bajas en las fuerzas, y que no había más remedio que dar un ejemplo de dureza para que no se repitiesen estos sucesos. Le añadió el señor Menéndez que no había más remedio que actuar así y que no temiese por las responsabilidades, que él respondía de todo. Con estas órdenes formó la compañía para marchar a Casas Viejas. Aún en la estación, el Director reunió a los oficiales y les ratificó que «el Gobierno no quería más que muerto”s. A mí -sigue declarando el capitán Rojas — me repitió las órdenes que me había dado. Al regreso le visité y le hice un relato de lo ocurrido. Me dijo que no convenía al Gobierno que se hiciera pública la forma en, que se habían producido las muertes, y me exigió palabra de honor de que no hablaría de ello a nadie. Al día siguiente me llevó a que le contara al ministro todo lo ocurrido. Le pregunté si todo, y me dijo que todo menos los fusilamientos. Así lo hice. Cuando comenzaron a circular rumores de lo que había ocurrido — sigue diciendo el capitán Rojas — fui a visitar al señor Menéndez y le expuse mi temor de que el teniente Artal, cuya sensibilidad conocía, hablase. Me dijo que fuera a verle y combatiese su decaimiento para que nada trascendiese. Con dinero que me facilitaron en la Dirección hice el viaje, y -al regreso me esperaban en la estación el secretario del Director, señor Gainza, con dos agentes. Por su propuesta, almorzamos juntos en un café de la Puerta del Sol. Hablamos de muchas cosas, y al final me dijeron que habían ido a esperarme porque el Gobierno estaba en peligro a consecuencia de los sucesos; que para que no cayese el Presidente, era necesario que cayese el ministro; para que este no cayese, era necesario que cayese, el Director de Seguridad, y para salvar este, hacía falta que cayese yo, haciéndome responsable de todo. Les dije que estaba dispuesto a serlo. A poco acudí a la Dirección y el señor Menéndez me dijo que hiciera una información oficial, pero que no dijese nada de las órdenes ni de los fusilamientos. Los compañeros al enterarse me dijeron que me preparaban una «faena».
Luego me habló la señora de Menéndez, diciéndome que a nosotros nos toca unas veces sacrificarnos y otras triunfar; que si no cambiaba el Gobierno me harían un santo y podría gozar de un permiso y que tendría dinero para divertirme. Esto me hizo comprender que, en efecto, se maquinaba algo conmigo, y escribí esta información para que si por el bien de la República conviene que se rompa, que se rompa, pero para que todo se sepa y descubra a los traidores, si sólo se trata del provecho de un hombre.»
El capitán Rojas alegó que cuando estaba en la cárcel recibió la visita de un ayudante de Azaña, el coronel Hernández Saravia, que le ofreció un millón de pesetas si se callaba.
OTROS TESTIMONIOS
Esta declaración podría ser considerada como invención del Capitán Rojas (lo cual me indicaría que se perdió un gran novelista), pero resulta que existen más declaraciones que demuestran que Azaña dio la orden.
- Un grupo de oficiales, en honor a la verdad, redactaron un acta para ayudar a esclarecer los hechos: «Los capitanes de Seguridad que mandan compañías de Asalto con destino en esta capital, por el prestigio y dignidad del Cuerpo del que se honran en formar parte, declaran que en los primeros días de enero desde la Dirección de Seguridad y por conducto de sus jefes, se les dio orden verbal de que habían de actuar con energía en la represión de los sucesos y que el Gobierno no quería ni heridos ni prisioneros, o sea que entregasen muertos a quienes encontraran haciendo resistencia a la fuerza pública o con armas en la mano con señales de haber sido disparadas. Capitanes Prieto, Ruiz, Gandara y Lomo.»
- Declaró también el teniente de asalto, don Alonso Muñoz Lozano. Dijo que, vista la gravedad de las órdenes de que no hubiesen heridos ni prisioneros, preguntó al comandante Fantoba si esto podía cumplirse así, y que le respondió: «Usted las cumple, y me exige responsabilidad, que yo la exigiré, a mi vez, de quien me las ha dado.»
- El ministro de la Gobernación, Casares Quiroga, reconoció en el juicio que ordenó el incendio del refugio de los anarquistas. El fiscal: ¿Por qué ordenó usted quemar la casa?
El señor Casares: Si se hubieran rendido los que estaban dentro, como se les indicó repetidas veces, nada, hubiera pasado.”
- El teniente de la Guardia de Asalto Fernández Artal declaró haber sufrido coacciones y amenazas por parte de altos funcionarios de la Dirección de Seguridad encaminadas a impedir que declarara la verdad.
“Ni heridos ni prisioneros, los tiros a la barriga”
Al margen de Casas Viejas, hubo brotes revolucionarios en toda España y, enterado el Sr. Azaña, envió este telegrama a los Generales: ”Esta tarde de 5 a 6 atacarán los cuarteles. Repela el asalto con la mayor energía. Sin miramiento. Con todos los medios disponibles”.
También aportó su testimonio el capitán Bartolomé Barba Hernández, quien declaró la frase que incriminó a Azaña: “Ni heridos ni prisioneros, los tiros a la barriga”.
«Compareció también en el juicio el capitán de Estado Mayor, señor Barba. Dijo que hallándose de servicio, recibió órdenes de presentarse en el Ministerio de la Guerra, y que una vez en dicho centro, le comunicaron las órdenes de que repeliera el movimiento revolucionario con la mayor, violencia, y con la mayor eficacia posible. Agregó que le dijeron que no querían ni heridos, ni prisioneros, y que cuando salió el señor Azaña al antedespacho le dijo: «Tiros a la barriga, tiros a la barriga», palabras que fueron oídas por todos los que se hallaban en el local.
Siguió diciendo en su declaración que cuando él comunicó estas órdenes al general, éste le dijo: «¿Pero es posible?» Él se limitó a confirmarlas y, por lo demás, un extracto de dicha orden quedó en el libro registro. Añadió que al ser relevado en el servicio por otro jefe, le dio cuenta de las órdenes en cuestión, en los mismos términos en que él las había recibido en el Ministerio de la Guerra.
El señor Barba insistió en que era absolutamente cierto cuanto él decía y que tradujo la orden a sus superiores. Añadió que no podía inventar otras palabras porque lo impide la dignidad de todo militar, y ni un oficial ni un cabo serían capaces de hacerlo.
Él señor Azaña: ¿Entonces, cómo el general no lo dijo al declarar ante la Comisión parlamentaria?
El señor Barba: El general dijo que no lo recordaba.
El señor Azaña: |Ah!»
Las contradicciones de Azaña
Declaró Azaña en el juicio estas palabras difíciles de creer:
“Se me dijo que había quedado un pequeño foco rebelde pero que había quedado también dominado, sin ocurrir nada notable. El, Gobierno, cuando supo lo ocurrido por los rumores y por la Prensa, tuvo una verdadera sorpresa. Nadie, nos había dicho que hubiese ocurrido nada.”
…como siempre… se enteró por la prensa.
La declaración que hizo Casares Quiroga en el juicio diciendo que recordaba que el alcalde de Medina Sidonia (población vecina a Casas Viejas) le habló por teléfono, contándole algunos detalles demuestra que Azaña mintió en su declaración judicial, “Aquella noche—agregó el señor Casares—la pasé en vela, esperando noticias hasta las siete de la mañana, hora en que empezaron a llegar. Hablé más tarde con el secretario del gobernador civil, que acababa de regresar de Casas Viejas”. Agregó en el juicio que además el capitán Rojas le dio cuenta de lo ocurrido.
El hecho se produjo el 11 de enero pero consiguieron ocultarlo hasta el 14 de febrero, entonces Azaña dijo ante la Cámara: “…con el emblema del comunismo libertario, y se levantan unas docenas de hombres enarbolando esa bandera del comunismo libertario, y se hacen fuertes, y agreden a la Guardia Civil, y causan víctimas a la Guardia Civil. ¿Qué iba a hacer el Gobierno?”
El sumario del segundo juicio de junio de 1935, en el que Azaña llegó a tener un careo con Bartolomé Barba, desapareció de los archivos de la Audiencia.
En 2008, el periodista e investigador Tano Ramos consiguió localizar una copia en casa de una hija del abogado López Gálvez, encargado de la acusación particular contra Rojas. En esa documentación, Azaña advertía de que las órdenes eran las mismas para todo el territorio nacional, y que solo Rojas había actuado de esa manera, a pesar de que la revuelta tuvo otros focos.
Azaña perdió el poder en las primeras elecciones republicanas de 1933. Lo recuperó en 1936 y liberó al Capitán Rojas.
No se extrañen de que Azaña negara lo que dijo, es frecuente en políticos de izquierdas, años después La Pasionaria también negaría haber dicho: “Has hablado por última vez” al diputado Calvo Sotelo tras un discurso en el Parlamento. Estas palabras fueron borradas del Diario de Sesiones por el Frente Popular, pero tras la muerte de Franco, volvió Tarradellas y afirmó en una entrevista que él mismo oyó la frase porque estaba muy cerca de Dolores. Por cierto, Calvo Sotelo fue asesinado al día siguiente por agentes del Gobierno.
Aunque se tarde cuarenta años, las mentiras políticas nunca podrán vencer a la verdad.