Luz al final del túnel
"La vacunación ha sido, es y será el mejor antídoto y la mejor barrera de contención de esta cruel enfermedad".
No me he vuelto loco, han leído bien, se vislumbra luz al final del túnel. No me refiero, por descontado, al cacao económico, político y social en el que estamos inmersos y del que, sin la menor duda, hace vislumbrar un difícil panorama de feo augurio y difícil pronóstico para el nuevo año que comienza. Con el título de mi presente artículo les traslado mis deseos, mis expectativas y mi esperanza en lo que a la maldita y pertinaz pandemia les traslado.
Efectivamente, sigo con suma atención y honda preocupación los indicadores y los registros de cada día del maldito coronavirus, en especial las opiniones de los virólogos, verdaderos expertos en la materia. Según su parecer, estamos asistiendo a los estertores del virus que nos viene azotando desde hace casi dos fatídicos años. Al parecer, pese a la testarudez de los datos actuales, las variantes o mutaciones del criminal virus, éste se viene debilitando poco a poco. Supone un halo de esperanza, no exento de sombras tenebrosas, que permite dibujar un horizonte más halagüeño y optimista. Quiera Dios que no se equivoquen y que así sea.
Pero debemos ser cautos, prudentes y precavidos. Las cifras son, a día de hoy, contundentemente escandalosas y dramáticas y, por el momento, no invitan a la relajación y la exultante alegría. Sin embargo, según se nos manifiesta, la sintomatología de la nueva cepa es más leve que sus anteriores modalidades. El verdadero problema es la rápida propagación y, como lógica consecuencia, un aumento del colapso de la atención primaria, un incremento de las hospitalizaciones y una alta tasa de mortalidad, amén del número de bajas laborales de nuestros compatriotas contagiados.
Pero, pese a ello, la saturación del sistema público de salud se mantiene capaz de aguantar la presión de esta sexta ola de la variante omicrón. Así pues, no debemos bajar la guardia y entregarnos al jolgorio festivo irresponsable. Prudencia, fortaleza, responsabilidad y templanza son buenas recetas para afrontar un último esfuerzo solidario. Estamos cerca de alcanzar la añorada inmunidad de rebaño –maldita expresión acuñada a golpe de muerte y sufrimiento-, que nos permite albergar, no sin cautela, la ilusión de un final en el que se puede creer con una confianza cada vez más certera.
Todavía, lamentablemente, quedan meses de ardua pelea y combate feroz, efectivamente. Las fiestas navideñas se cobrarán una cruel factura a modo del parte diario de fallecimientos, ingresos en UCI y medidas de prevención y contención dolorosas, pero fundamentales e imprescindibles, incluso podríamos vislumbrar su insistente azote hasta el comienzo de la primavera, con la llegada del buen tiempo al que acompaña la vida en el exterior. Así es de duro y diamantino el presente más inmediato, pero con duro trabajo, esfuerzo renovado y tenaz resistencia debemos interpretar el escenario que nos aprestamos a vivir.
Las voces más autorizadas sobre esta pandemia, con la debida precaución en sus análisis efectuados, manifiestan sus vaticinios más halagüeños. La vacunación ha sido, es y será el mejor antídoto y la mejor barrera de contención de esta cruel enfermedad.
Quisiera hacer llegar desde estas humildes líneas un mensaje para los negacionistas, para aquellos que siguen empecinándose en posturas contrarias a la vacunación. Está demostrado y contrastado que las vacunas son efectivas, que gracias a ellas no estamos viviendo un panorama apocalíptico como el que podrías haberse dado de no ser por la inoculación del mejor antídoto contra el virus mutante. El respeto y la solidaridad con el bien común, a la sazón, con la salud de sus conciudadanos y compatriotas, es una imperiosa y una fundamental contribución para la mejora de la situación general.
No caben excusas, no sirven de nada las pueriles argumentaciones, menos aún, las manifestaciones de insumisión frente al mal común que nos amenaza y atenaza, segando vidas humanas de manera innecesaria e insoportable. Les invito a que reconsideren su posición, que tomen consciencia del valor de la vida humana y, con carácter inmediato, a que adopten nuevas y más ventajosas actitudes. Por favor, en nombre de todos, les invito a contribuir al triunfo del interés general.
Tampoco puedo dejar de tener presentes en mi manifiesto en favor de la salud pública, a los auténticos héroes en la contienda desigual que han mantenido nuestros sanitarios. Qué pronto se nos olvidan los aplausos que les tributamos desde nuestros balcones, qué fácil olvidamos su afanosa entrega y sacrificio, qué crueles nos manifestamos olvidando su generosidad sin tasa, qué triste es no recordar su esfuerzo y dedicación en su empeño por arrebatar vidas a la muerte. Sí, queridos lectores, su vocacional servicio ha sido fundamental en los momentos más aciagos y terribles sufridos, siempre estaremos en situación de deuda impagable por su combate y pelea en primera línea de batalla. Desde aquí, con íntimo reconocimiento y sentido orgullo, quiero tributarles, una vez más, mi sincero y más sentido homenaje. Ellos han sido y son nuestros ángeles custodios, poniendo en grave riesgo su propia salud y la de sus familiares, no han escatimado ni reservado su entusiasta y encendida laboriosidad. Gracias de todo corazón, gracias por tanto y por todo, que siempre será muy poco.
Seamos conscientes y honestos, seamos honrados y leales a la verdad, sin ellos ¿Qué habría ocurrido? ¿Cuál habría sido el desolador futuro? La contestación es más que evidente, clara a todas luces, un paisaje sombrío y tenebrista envuelto de un fúnebre crespón es la respuesta. En todas las ciudades de España deberían tener una plaza o el nombre de una calle, un monumento laudatorio en señal de incuestionable gratitud. Sencilla y llanamente, han sido héroes anónimos en una contienda in misericorde perpetrada contra nuestro pueblo. Gracias una vez más y por siempre.
El coronavirus se sumará a la larga lista de enfermedades que seguirá azotando a la humanidad, especialmente a los países más necesitados y vulnerables, se convertirá en una amenaza permanente para el ser humano, proseguirá su camino de destrucción de la vida humana, pero será doblegado y sometido a control –que no extinción- por el hombre. Debemos aprender de la hecatombe sufrida, debemos asumir su criminal presencia y su permanente intimidación, debemos entender que llegarán nuevas enfermedades, quizá crueles y despiadadas, como estigmas del devenir de los tiempos en la evolución de la historia de la humanidad. Ayer fue el sarampión, la gripe, la viruela, la peste o el cólera, hoy lo es el Covid-19 y el cáncer en sus variantes más diversas, mañana quién sabe. Lo cierto es que nunca nos abandonará en nuestro caminar la enfermedad, el dolor y el sufrimiento. Es el sino de la humanidad.
Quisiera aprovechar en estos momentos finales de la redacción de mi artículo, par desearles un feliz y próspero año 2022. Qué la luz y la salud les acompañen.