Los políticos nos llevan al huerto


En Palma de Gandía, un pueblo de la Comunidad Valenciana, se dice que el oficio de agricultor sería muy atrayente si no fuera porque la tierra está muy baja y tienes que agacharte mucho; que si estuviese un poco más alta sería mucho más agradable. (El primo MAIKEL)

Estoy convencido de que esto les parecerá una tontería, pero es que es el humor valenciano, un poco surrealista, berlanguiano, ozoresiano y tipicollense. No lo hemos heredado de los catalanes, se lo aseguro (de ellos se suele heredar muy poco), más bien somos algo aragoneses en ese aspecto.

Pero, aunque dicho esto en broma, es realmente cierto: hay gente en Valencia que ama la tierra que trabaja, pero los políticos han convertido este “amor” en un amor platónico.

No solo de “amor” vive el hombre; también de pan. Y si resulta que a un agricultor valenciano le dan por un quilo de jugosas naranjas, lo que cuesta una bolsa de supermercado (15 céntimos), se ve obligado a buscar otra forma de vivir y a abandonar cientos de hanegadas de terreno porque, no solo ya no son rentables sino que son una onerosa carga económica. Sin embargo, se resisten a perderlas, porque no son simplemente una “propiedad” como un coche o un apartamento. Abandonarlas o malvenderlas, supone para el agricultor traicionar vergonzosamente a todos aquellos que durante siglos las cuidaron como a una madre y se sintieron orgullosos de su pertenencia.

Cuando un agricultor abandona su amado oficio queda absolutamente desvalido. Ningún gobierno, ni municipal, ni autonómico ni nacional, le ampara. Los políticos los envían a Cáritas. A las colas del hambre. Tampoco les ayudan los sindicatos porque no interesa a su ideología. Y a su sueldo.

Acuso a todos esos sxxxxxxxxxzas que ocupan despachos sin formación ni honradez, a los que el agricultor durante años ha alimentado opíparamente con sus impuestos (por triplicado), con sus naranjas (las más hermosas del mediterráneo) y con el frío y pegajoso sudor de horas cansadas, incertidumbre y miedo a la fatalidad, los acuso de ser responsables del deterioro de sus economías y de sus vidas. De haberlos abandonado para ayudar a colectivos más vistosos y políticamente rentables.

¿Es posible que un agricultor viva con dignidad en España? La respuesta es rotunda: POR SUPUESTO QUE SÍ. Ya fue así, aunque esté “feo” el decirlo.
En los años 60 y 70 miles de agricultores valencianos sostuvieron familias con tres y cuatro hijos, trabajando ellos solos y pagaron carreras universitarias a miles de actuales médicos, arquitectos, ingenieros, abogados, etc. gracias a las ayudas del Estado (del innombrable).

Aquellos políticos, aquellos ministros (sin paga vitalicia), lo consiguieron; dieron dignidad social y económica a los agricultores, ayudaron a sus hijos a desarrollarse cultural e intelectualmente. Pero ahora, con estos politiquillos de opereta, están abandonados.

El Gobierno de Aragón otorga una paga mensual de 522 € a cada emigrante que lo solicite aunque no esté empadronado. Ningún agricultor español se beneficiará de esa paga. Ningún hijo suyo tampoco, probablemente tendrá que irse de España. Si a cada agricultor, los Gobiernos, le entregaran esa paga incondicionalmente, la producción podría incrementarse de forma espectacular y con ello los puestos de trabajo al mismo tiempo que seríamos cada vez más autosuficientes.

El abuelo Moisés, un alumno de Villalonga, decía: “D’ací uns anys, el que tinga terra, menjarà.” (Dentro de unos años, el que tenga tierra comerá).

Tal como está el mundo…, vemos que no andaba muy desencaminado. Sensatez de agricultor valenciano, quizás.

Solo hay un partido político en España que tenga en su programa VERDADERAS, ENTENDIBLES y CLARAS medidas directas para favorecer a los agricultores marginados, y, sin embargo, quieren hacerle un “cordón sanitario” (¡Vaya un eufemismo ridículo!). Les aconsejo que se informen, y que se dejen de verborrea populista para tontos.

José Enrique Catalá

Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Valencia. Especialista en Hª Medieval. Profesor. Autor del libro: Glosario Universitario.

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