Los 60
El otro día, por la tarde, ya de retirada después de un día intenso de trabajo, me encontraba con un gran amigo de la infancia que me saludó con un fuerte abrazo y, tras no sé qué chorradas múltiples, comenzó una disección de nuestra generación como una generación trabajadora, gris, sumisa, poco combativa, de forma que me dejó pensativo.
No amigo, no somos grises y sólo trabajadores, entre nosotros hay compañeros muy brillantes, lo de poco combativos tampoco es un adjetivo que se nos pueda aplicar, creo que somos especialmente críticos e incluso molestos a la media gris y pacífica de una sociedad silente, y lo de sumisos me parece humillante pues lo que sí fuimos o somos es especialmente cariñosos, obedientes para con los nuestros, con una capacidad de renuncia a lo propio en favor de los que queremos que en las generaciones postreras jamás podrán llegar a entender.
La obediencia, por amor, no por imposición, fue nuestra divisa, al menos en gran parte de los que nacimos en los primeros años 60, pues siendo rebeldes, enfrentándonos a lo establecido, luchando por cambiar las cosas, éramos especialmente disciplinados y cumplidores de los deseos de nuestros padres, luego lo fuimos de nuestras mujeres y, finalmente, lo hicimos con nuestros hijos, dejando siempre su voluntad, sus deseos, su felicidad por delante de la propia.
Claro que fuimos rebeldes, claro que tuvimos la “edad del pavo”, claro que nos enfrentamos a los profesores, poderes y padres, por supuesto que la indisciplina cursó por nuestras venas, pero el gen de la paz, del amor filial, del respeto, acabó por hacer de nosotros lo que somos, pues no somos una imposición, una marca a fuego, ni un sometimiento a nada, somos el respeto amoroso, la interiorización del otro como un ser a respetar como a uno mismo, un sentimiento, un halo de pasión que te lleva a mirar más al de enfrente que a tí mismo.
Somos una generación de “pitufos gruñones”, de críticos con la realidad, de luchadores del cambio respetando las estructuras, obedeciendo a nuestros mayores, creando sin destruir, cambiando desde el pasado para lograr un presente, somos lo que se constituyó en la transición: el cambio tranquilo.
Somos una generación que respeta la palabra dada, que la mano del vecino vale más que cien folios bien escritos, que el respeto y las formas tienen su valor y no se pueden incumplir gratuitamente, que las cosas deben cambiar con esfuerzo, trabajo, disciplina y solidez, que no vale todo, que el camino no es el dinero por el dinero, que los valores se transmiten no se imponen, que toda acción tiene su reacción y todo derecho sus obligaciones. Somos una generación de orden y transformación, no de anarquía y destrucción, como pareciese se pretende el día de hoy por unos y otros.
Recuerdo cuando, en los inicios de VOX, salía de un debate de la Universidad de Salamanca y se me acercó un muchacho y me dijo “sabe que me ha parecido usted una persona mesurada, dialogante y respetuosa”, a lo que no pude por menos que, tras darle las gracias, decirle “¿te das cuenta cómo los de VOX no somos bichos con cuernos, que no somos esa radicalidad que se pretende trasladar?” y le pregunté “¿tú de qué formación eres?” y su respuesta no me sorprendió: PODEMOS, a lo que le dije “defiende tus ideas, respetando al adversario y no partas de prejuicios”
Esa es la diferencia, nuestra generación, excepción hecha de algún resentido que siempre existen, somos personas que primero pensamos, hoy no se piensa, se desarrollan prejuicios; segundo, que queremos tortillas rompiendo los menos huevos posibles, hoy sólo se quiere romper huevos sin saber qué hacer con ellos después; tercero, respetamos a los que saben, a los mayores, a nuestras mujeres y a nuestros hijos, hoy sólo quieren padres que sean prestadores de servicios a los que despreciar si es preciso, los cambios son para nuestro placer y renunciar por amor es algo que ni se conoce, pues el amor no supera ni una sola adversidad o no alcanza más allá de un buen sexo.
Que ni todos, ni tan bueno, ni tan malo, seguro; pero, con las distorisiones de toda visión de aumento, me quedo con gran parte del presente, pero sin cambiar el núcleo, el sentimiento y el fundamento del pasado.