Liberalizar la desvergüenza

El quid de la cuestión no es que en un sector como el del taxi, puedan entrar a ofrecer sus servicios miles de nuevos conductores más, al son de la sana competencia, consiste en que varias empresas con unos activos superiores a los mil millones de euros van a quedarse a largo plazo con la mayor parte del mercado

Viendo como los principales oradores del libre mercado tachan de especuladores y desaprensivos a los taxistas a la par que penan por los menesterosos conductores de licencias VTC, cabe preguntarse si la desvergüenza sería el resultado de la liberalización de la vergüenza.

A juzgar por la campaña de libelos que cargan los taxistas sobre sus espaldas, a sus mancilladores solo les falta retrotraer a los espectadores a los instantes finales de Taxi driver con un Robert De Niro desaforado, en pleno estado de combustión, disparando a quema ropa a guisa de sanguinario que anda suelto.

El quid de la cuestión no es que en un sector como el del taxi, puedan entrar a ofrecer sus servicios miles de nuevos conductores más, al son de la sana competencia, consiste en que varias empresas con unos activos superiores a los mil millones de euros van a quedarse a largo plazo con la mayor parte del mercado y a echar por la puerta de atrás a muchos taxistas empleando como coartada a los menesterosos contratados a precio de meretriz: el sector es uno de los pocos títeres con cabeza que no han sido devastados por el modelo de empresa Sansón.

La trampa está servida: si el sector se liberaliza, hoy serán muchos más conductores en el sector, pero mañana muchos menos y los precios volverían a subir como ocurre siempre que salen oferentes en un mercado. Pueden tomar a los taxistas por muchas cosas, pero no por estúpidos, saben que se la están jugando: o apuestan fuerte o son carne de cañón.

Casi un chiste parece que los defensores del libre mercado, para los cuales la economía nunca ha de tener corazón sino eficiencia, acaben penando por los menesterosos explotados de las empresas VTC. Los taxistas deben de andar estupefactos, viendo como los libertarios se hacen cargo de sus rivales al volante con inusual caridad. Como a la postre la doctrina librecambista tiene como divisa la defensa de los intereses propios en detrimento de los del colectivo, no entenderán muy bien por qué se les demoniza por defender los garbanzos de cada día, o tal vez sí porque la caridad dialéctica es gratuita, como lo es el humo liberal. Pero he aquí que los catequistas del capital libre se inflaman en su erudita desfachatez afirmando que después de tantos desmanes y vesanías durante la huelga indefinida, los tiranos del taxi, a los que al parecer solo les falta la cresta de mohicano y una pistola para ser el taxista de Scorsesse, han perdido la razón.

Si bien es cierto que algunas de las tropelías de los taxistas han sido intolerables, lo único que supone es una desacreditación moral, pero la razón no va mudando de bando así como así. Que hayan enloquecido en sus medios no desacredita la perentoria defensa de sus fines. Quizás hayan perdido la legitimidad moral de la situación pero no han perdido la razón que les ha impulsado a actuar, ésta sigue latente.

Resulta descacharrante escuchar a  los medios de predicamento capitalista, hablar de “monopolio del taxi” cuando en España circulan la friolera de setenta mil. Estos autónomos son el nuevo chivo expiatorio dispuesto a boicotear la expansión en el mercado de grandes compañías que aprovechan a los malhadados de la crisis para hacerse con el control del sector, bajo la coartada de la libre competencia (ya saben; una de esas voluptuosidades de san libre mercado).

De mientras, los menesterosos son usados como una suerte de escudo sentimental tras los cuales se pertrecha el modus operandi invasivo marca de la casa del capitalismo: aprovechar recursos económicos y financieros a gran escala, reducir costes,y colarles un dumping en toda regla a los taxistas. Las consecuencias de tan magnánima liberalización en unos años serían devastadoras  para el sector: los ingresos medios de todos los conductores bajarían enormemente; todo para llenar los bolsillos de los nuevos agentes de ese mercado, repartiendo una parte residual de sus posibles a los menesterosos contratados y drenando hacia sus arcas la mayor parte de los ingresos del sector. Los ingresos medios del conductor bajarán de tal modo que afectará al nivel de vida de todas las familias implicadas.

De modo que no es cierto que el pastel se vaya a repartir entre más manos, más bien la mayor parte de la tarta se la quedarán unos pocos como de costumbre, dejando a los taxistas y a sus rivales al volante peleando por la calderilla suficiente para malvivir e ir tirando.

En el fondo de un conflicto tan agudizado subyacen  dos mundos que colisionan: el gremio y la ley del capital. Uno agoniza en sus estertores, el otro continúa con su rodillo implacable. Una utopía otrora realidad, frente a la realidad de una distopía. Para que no se repare en los perniciosos efectos del asalto de las empresas sansón al sector, los oradores de san libre mercado ya han hecho campaña encontrando a su chivo expiatorio para la ocasión, siempre ha de haber alguno para tan egregios economistas: taxi driver.

Eduardo Gómez Melero

Doctor en ciencias económicas, empresariales y jurídicas por la Universidad Politécnica de Cartagena. Columnista de Religión en Libertad. Servidor de: Dios, la Iglesia y usted.

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