La vergüenza y la culpabilidad inducidas provocan un gradual rechazo a la identidad nacional
En la pasada entrega afirmé que “Cualquier pueblo que se somete voluntariamente a las mentiras y al cinismo de sus opresores ―por cobardía, por ignorancia o por mediocridad― pierde, en automático, el merecimiento de reclamar un lugar en la historia”.
En efecto, los pueblos dominados por la mentira terminan por perder su esencia, pues se avergüenzan de su pasado y terminan por aceptar acríticamente las leyendas negras tejidas en torno a ellos.
Esta vergüenza inducida impide el eslabonamiento generacional que es necesario para la construcción de la grandeza nacional. El plan es muy claro: que la generación actual desdeñe a las que le antecedieron y que, a su vez, sea despreciada por las que ocupen su lugar en el tiempo.
La vergüenza transmitida de generación en generación provoca una culpabilidad colectiva que deja el control de los pueblos en manos de fuerzas globales.
Esta inicua ingeniería social convierte a mayorías y minorías en esclavas de la democracia liberal emanada de la Revolución Francesa (la misma que quitó el poder a los nobles para dárselo a los banqueros, supracapitalistas y especuladores, quienes gobiernan ―hasta la fecha― a través de sus títeres políticos y de los partidos (entes artificiales que aplican, a cabalidad, la directiva maquiavélica de “divide y vencerás”).
La vergüenza y la culpabilidad inducidas provocan un gradual rechazo a la identidad nacional. La nación, según la RAE, es un “Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común”. 1
El origen etimológico de la palabra “nación” está en el latín natio que, a su vez, deriva de nasci, que significa “nacer”. 2
Cuando un pueblo rechaza su identidad nacional, es decir, cuando da la espalda a su nación, niega su “tradición común” y los factores que propiciaron su nacimiento. En consecuencia, la cohesión que le da fuerza se quiebra como el cristal.
Además, se descalifica su fe ―especialmente la cristiana― con el pretexto de que discrimina a los que tienen creencias diferentes y con esto, se le despoja de su sentido de trascendencia.
La ingeniería social aplicada hasta ahora persuade a los pueblos de que sus hombres y mujeres son bastardos y que, por lo tanto, son simples ciudadanos del mundo (que deben ser regidos por un gobierno mundial y practicar un falso credo unitario).
La realidad es otra: del pasado se debe tomar lo bueno y rechazar lo malo. Un ejercicio racional honesto nos permite llevar a cabo esta tarea individual y colectiva. Evitemos, pues, que desconecten nuestro pasado de nuestro presente y de nuestro futuro.
Me permito llevar el tema que nos ocupa al plano metafísico: la mentira es una de las tantas manifestaciones del mal, el cual la utiliza, primero, para imponer la esclavitud espiritual a sus víctimas. Lograda esta, el poder global procede a instaurar regímenes totalitarios basados en el poder temporal asfixiante, sea del Estado, sea del capital trasnacional, o de la combinación de ambos ―como ocurre en China―.
La persona es privada de su dignidad y es convertida en un objeto que les pertenece a otros; hablo de magnates y pseudofilántropos que ―a veces― se muestran públicamente, pero que, por lo general, prefieren operar en las sombras porque dicen que la vida no surge de la luz.
El antídoto a esta inicua ingeniería social, por lo tanto, es la verdad. En ella está la libertad. Por eso dijo Jesús: “Si permanecéis en mi palabra, sois verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”, (Jn, VIII, 31-32).
Referencias
- Diccionario de la Real Academia. “Nación”. https://dle.rae.es/naci%C3%B3n
- Etimologías. “Nación”. https://etimologias.dechile.net/?nacio.n