La regeneración no es una utopía

"Necesitamos políticos que tengan una vida propia, anterior a la de la política, de la que vivir, que estén dispuestos a servir a los demás sin servirse a sí mismos".

La diferencia política siempre ha sido el modo de entender la economía y de desarrollar un proyecto de vida; es decir, la disputa estaba entre más Estado o más mercado, entre más organización y control del Estado o mayor libertad individual; pero, hasta hace unos días, era indiscutible que el sistema político, el campo de juego, en el que se desarrolla la partida política era el democrático.

Vivir en un sistema democrático supone que el ciudadano, de uno u otro modo, mantiene el control del poder, tiene posibilidad de compeler al dirigente unas explicaciones, mantiene un nivel de exigencia sobre sus representantes y, finalmente, como algo residual, pero no menor, los elige. Con dicha elección no les entrega una carta blanca para hacer lo que les plazca, sino que les otorga la posibilidad de demostrar 1, el cumplimiento de lo prometido y 2, su capacidad de resolver los problemas con unos parámetros concretos.

De este modo, quien, desde el poder, pretenda un mayor control del ciudadano, de su economía, de sus ideas y de su organización, propiciando el desmontar los controles sociales, constitucionales y/o legales, influir en el poder judicial o eliminar las agencias públicas y privadas de control, aun admitiendo que juegue en el marco democrático, es el menos demócrata o el que peor calidad democrática concederá al sistema.

Dentro del marco teórico, los partidos que afirman luchar por las libertades son babor y los que desean el control ciudadano de estribor; pero, una vez superado el pórtico principal, comprendemos que aquellos que participan de la idea de mayor poder público, de más gasto público, de más organización pública y dirección pública de la economía, para poder desarrollar dichos criterios, son los que más control ciudadano precisan y menor calidad democrática, que es usada únicamente como trampa caza ratones, y de ahí que sea un chicle que siempre tienen en la boca, llegando incluso a dar el carnet de demócrata.

Por estribor, de imagen más rígida, más controladora, más carca, para poder cumplir con sus criterios, precisan de más libertad individual, económica, social y que el gasto público se implemente únicamente en aquellos servicios esenciales o de prestación social, de forma que lo público llegue donde no puede llegar lo privado; para eso, requieren unidad de acción, mercado previsible o sin intervenciones públicas, necesitan de un proyecto ecológico empresarial, en el sentido de cuidar el hábitat de la empresa para que esta pueda nacer, crecer, desarrollarse y morir. Por eso, estos tienen el chicle de la bandera, de la Patria, como algo propio de ellos.

A esta diferencia se tiene que añadir la figura del político cuya profesión única es la política, que no ha desarrollado actividad económica diferente de esta, que es un virus de laboratorio que pervivía en el material científico, hasta que comenzó su expansión en un primer estadio en el PSOE con Filesa, Malesa, Roldan, etc. que no eran más que la expresión del virus. Estábamos en las primeras fases, que se desarrolló y comenzó su escalada con Gürtel, tarjetas black, ERES en Andalucía, … etc. que lo convirtió en epidemia, a la que acudieron rápidamente por la siniestra los de PODEMOS y por la diestra los de VOX, que, antes de haber alcanzado el punto cero de la epidemia, ya están infectados y cubiertos de virus, pues muchos de los que los dirigen ya estaban claramente enfermos asintomáticos, pero con gran carga viral, de forma que no sólo ellos cayeron, sino que cubrieron de virus sus formaciones.

Los perritos sin alma” llevamos mucho tiempo buscando quien venga a regenerar la política, quien quiera de verdad desinfectar nuestra vida pública, demostrando que se pueden hacer las cosas de otro modo, con transparencia; pero, sobre todo, con limpieza, claridad y cumpliendo la palabra dada, sometiéndose al control ciudadano y fortaleciendo los controles al poder, a los Jueces, a las agencias de control, a los “perritos”, para que sientan que tienen alma y se les respeta como “perros con alma” Para eso, necesitamos políticos que tengan una vida propia, anterior a la de la política, de la que vivir, que estén dispuestos a servir a los demás sin servirse a sí mismos y, sobre todo, que, una vez lo tengan cumplido, regresen a su vida, sin apegos, sin mentiras y sin latrocinios, bien pagados, pues han dado lo mejor de sí mismos, pero dejando limpio el patio en el que han estado, para que otro juegue sin basuras entre sus pies. Pero, ¡cuidado!, muchos vendrán ofreciendo la salvación y acudirán con las manos manchadas de traición, mentira, engaños y malas artes, envueltos en banderas o en solidaridades fantasmas, esos son los que, al final, consiguen que los ciudadanos pensemos “todos son iguales”, pero no es verdad.

Enrique de Santiago Herrero

Abogado. Máster en Ciencia Política. Diploma de estudios avanzados en Derecho Civil Patrimonial. Derecho penal de la empresa. Colaborador y articulista en diversos medios de comunicación escrita, radio y televisión.

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