La posibilidad de una restauración tradicionalista
Reseñamos el nuevo libro de Andrés García-Carro: ESCRITOS DE UN CONTRARREVOLUCIONARIO, publicado por SND Editores.
La aparición de este libro singular sabe a gloria en un contexto sobresaturado de libros portadores de la Marca de la Bestia: no me refiero tanto a ese sempiterno 6-6-6 presuntamente encriptado tras cada código de barras, como a la pulpa pútrida que alimenta el espíritu del grueso de los libracos y librillos de la postmodernidad. Decimos esto porque Escritos de un contrarrevolucionario (2020) es un texto eminentemente teológico, triunfalmente reaccionario y marcadamente antimoderno, por tanto inaudito.
Radicado en Mallorca, Andrés García-Carro (La Coruña, 1968) es un hombre que sabe muy bien de lo que habla, y habla muy bien de lo que sabe, puesto que además lo escribe, y lo hace todavía mejor porque lo repiensa libro a libro, línea a línea, con una claridad hiriente e inequívoca, de puro intensa en la plasmación literaria de la idea fija que anima y llena de vida la bóveda de su pensamiento. García-Carro es una especie de Hilario Belloc, de Padre Meinvielle del siglo XXI, un hombre enfrentado contra su tiempo, es decir un azote de Cristo para con los poderes fácticos: “No hay vino sin uva, ni España sin Fe”.
El libro va dedicado a los amigos tradicionalistas del autor, detalle bien indicador de sus intereses antiliberales y católicos. Creo que ha sido el prologuista del libro quien mejor ha suministrado hasta la fecha una definición fidedigna del autor: “Andrés García-Carro es una de las pocas personas que dice en público lo mismo que en privado. Por lo tanto es realmente libre”.
Como crítico literario, tengo el muy real privilegio de NO conocer personalmente a don Andrés. Mi relación con él ha sido meramente de recadero de algunos sobres con material mariano (pulseras, medidas de la Virgen, estampas, etc.), debidamente enviado a las islas por correo; es lo que tiene vivir en Zaragoza, esto es a los pies de la Santa Columna. Me explico: reseñar un libro como éste puede ser especialmente difícil para un amigo/enemigo o pariente/conocido del autor, pero no para un lejano satélite que ha coincidido también con éste en Hispanidad Católica y, en líneas generales, concuerda en lo esencial con su pensamiento. Y por esto mismo, aunque no conozco personalmente a don Andrés, sí reconozco las turbulentas aguas en las que se mueve… Esas aguas no son las de la simbólica piscina termal del filme Nostalghia de Tarkovski, sino las de los rápidos del Iguazú.
García-Carro parte de la idea mínima, mas capital para aprehender algo -y que el grueso de nuestros coetáneos sigue como sin entender (a juzgar por la dura mollera de su proceder demo-liberal)-, de que las ideas políticas de izquierda y derecha engendran demonios, ya que sirven al mismo usurario amo internacional, por cuanto nada en ellas es espiritual: son contrarias a los postulados del Bien, la Belleza y la Verdad, es decir a la Razón misma: “Mientras sigamos enfangados en la dialéctica derecha-izquierda o en la lucha entre ideologías (todas ellas liberales en el fondo y por tanto revolucionarias), no saldremos del lodazal político en el que nos hallamos”; dicho con otras palabras: “La derecha no es menos mala que la izquierda, sólo más lenta” (Reflexiones a la luz de la Fe y doce poemas religiosos, 2018, p. 57). Tradición o Revolución (izquierda-derecha/comunista-liberal), he aquí la cuestión.
El plan de García-Carro para salvaguardar los restos (léase la remanente de posibles) del solar tradicional aboga por una filosofía realista y católica, una gramática del asentimiento si se quiere: “El tradicionalista no es un nostálgico que quiera volver al pasado […] El tradicionalista es el que preserva lo bueno del pasado, lo perfecciona si es posible perfeccionarlo y lo transmite a las siguientes generaciones”. Para alcanzar este plan hay dos opciones diferentes: bien hacerlo por la vía paradojal de la Revolución (p. ej., nacionalsindicalismo)… o bien por la de la Restauración católica, a la que se acoge el autor. Algunas de estas ideas fueron planteadas hace casi cuatro décadas por John Senior en aquella obra luminosa, pero sin continuidad práctica en el tiempo, que fue La restauración de la cultura cristiana (1983). Se diría que García-Carro es un engarce entre la obra de aquel genial profesor y los actuales tiempos de disolución en España.
Para dar consistencia a este plan maestro, don Andrés compone un mosaico de relaciones entre tradicionalismo y liberalismo. Sin circunloquios, el autor va a la raíz del problema por medio de una sucesión de máximas, de aforismos, de textos más o menos dilatados: el problema no es el progresismo mundialista, ni el comunismo criminal, ni el socialismo satánico… el problema se llama liberalismo, padre auténtico, no putativo, de todos los males de la modernidad, y que en España tiene su infausta carta de presentación con aquellas masónicas Cortes de Cádiz de 1810-1814.
Me gustaría cerrar esta reseña destacando una reflexión del autor dirigida a esa muchedumbre cegada por la soberbia neocon, muchedumbre que pulula por ciertos ambientes seudo-patriotas sin problemas de conciencia: “Esos que se dicen conservadores en lo moral y liberales en lo económico son como esas mozuelas que se dejan meter mano de cintura para arriba pero no de cintura para abajo: ni conservan la virtud, ni se liberan del pecado”.