La Patria en llamas: ¿Qué harán los españoles cuando termine la encerrona?
Pasa el ángel exterminador, Abbadón, blandiendo su guadaña por calles semidesiertas, por bulevares semiabandonados, por tabernas semidespobladas y fábricas enmohecidas, por los campos de pan llevar y las vastedades de pinos…
Ay de mi España, ayayay, Patria en almoneda, con sus naves incendiadas, sus arcas arruinadas, su honor mancillado, sus áridas barrancas, sus crematorios a pleno rendimiento, dantesco espectáculo contemplado por los españolitos desde sus balcones, bajo un totalitario arresto domiciliario, donde unos bailan la jota y practican sanfermines en sus ventanas, mientras otros no pueden ni despedirse de sus muertos.
España, a la cabeza mundial de víctimas per cápita de la pandemia, país pinturero que, por más que pasen los años, sigue y seguirá siendo diferente: segundo país del mundo en contagios y cuarto en fallecimientos, de entre un total de 194.
¿Es un mal karma, como aquel que nos llevó a padecer el asalto bolchevique del 36, o el socialcomunismo actual de los profanadores puño-en-alto? Pero, españolitos, ya sabéis que los responsables primeros y últimos de esta devastación son los miembros de esa patulea socialcomunista que nos desgobierna, que, en medio de una devastación que han gestionado de la peor manera posible, a la misma vez que los españoles van cayendo bajo las garras del virus, se dedicaron a intentar la exhumación de Queipo de Llano, promulgaron leyes de libertad sexual, se bajaron los pantalones ante los independentistas, elaboraron una propuesta de ley para despenalizar las injurias al Rey y a España, hablan de confiscaciones y nacionalizaciones, organizan caceroladas contra el Rey, dan ayuda a los países del Magreb…
Y, en medio de este apocalipsis zombie, aprovechan para instalarnos el mortífero 5G en las calles semivacías, sabiendo que no tenemos libertad para protestar… y aunque la tuviéramos, tampoco haríamos nada, porque hasta nos hemos tragado el enorme bulo de que esa tecnología asesina es una bendición para la humanidad.
El Nuevo Orden Mundial avanza arrolladoramente, con sus legiones de virus, de vacunas, de chips, de ondas electromagnéticas, de policías multadores chulescos, de lavados de cerebro mediáticos, de paguitas esclavizadoras, de crisis económicas como panes, de blasfemias, de falsos cambios climáticos antropogénicos, de censores y represores de las libertades…
El mundo se desmorona, la Patria se debate en muladares insoportables, en almonedas mohosas, en sibilinas subversiones bolcheviques, en una deuda tan colosal que Europa nos intervendrá, y las mafias globalistas se apoderarán de nuestras riquezas… y Abbadón con su guadaña, y el Señor de Monte Pelado haciéndonos bailar en sus aquelarres sulfurosos…
¿Es eso lo que vamos a dejar a nuestros hijos? ¿Les dejaremos una herencia de chatarra moral, de ruina económica, de enfermedades electromagnéticas, de control policiaco, de liberticidio, de despotismo tecnológico…? ¿Seremos capaces de mantener la mirada de nuestros hijos cuando nos pregunten dónde estábamos cuando el NOM aceleró la implantación de su dictadura satánica, esclavizadora y destructora?
Pero tenemos miedo… Ah, claro, es el miedo, la herramienta de la que se vale el globalismo luciferino para domeñar a las masas… Miedo a las consecuencias de rebelarnos contra toda esta mugre mundialista que emponzoña nuestra Patria, miedo a las consecuencias de no tragarnos toda esta porquería, porque la mafia globalista tiene el poder…
Sin embargo, si nos tragamos tanta inmundicia, las consecuencias serán todavía peores, así que no tenemos nada que perder.
¿Acaso no estamos perdiendo nuestra dignidad, exhibiendo el síndrome de Estocolmo desde los balcones, aplaudiendo un confinamiento inconstitucional, que ha sido el más duro del mundo, y que lleva camino de ser el más largo? Somos un pueblo que lame sus barrotes, que se hace selfies con las cadenas que aherrojan su libertad, que incluso vota a milicianos de hoz y Martini, a impresentables de guayabera, a indepes estelurriñados… ¿no es esto colmo?
Colmo, que no colmillo, pues somos un pueblo astifino al que se le ha afeitado su antaño poderosa cornamenta, un pueblo ovejuno que confía su seguridad a los lobos… Es cierto que en muchos países se sufren gulags y campos de concentración a costa de la pandemia, pero ninguna es tan feroz como el nuestro, ninguno es tan descarado, tan horrendo, tan humillante, porque, aprovechando la pavorosa opresión y represión que sufrimos mediante esta pandemia globalista, tenemos que soportar también un maléfico virus socialcomunista, que, sirviéndose de las normas totalitarias, está implementando rápidamente una agenda dictatorial para liquidar nuestras libertades y nuestros derechos. ¿Quién da más, damas y caballeros?: además de exhibir la más tremebunda renta de fallecidos y contagiados per cápita, somos tan diferentes que hasta podemos poner en candelero una casta bolivariana como no hay otra en Europa, y casi ni en el mismo Caribe.
Y, cuando pase esta infierno orwelliano, y podamos abandonar nuestros balcones sin restricciones liberticidas, ¿qué haremos españolitos? ¿Nos movilizaremos para defender nuestros derechos esquilmados, nuestras libertades pisoteadas, nuestra dignidad humillada; para reclamar nuestro bienestar perdido, y exigir la dimisión de un Gobierno no solamente impresentable, sino algo mucho más allá, y mucho más grave? ¿O acudiremos en manada a nuestras amadas terrazas cerveceras, a apurar las copas de licor, a enzarzarnos en nuestras típicas tertulias latinas, como si no hubiera un mañana, para recuperar el tiempo perdido? ¿Iremos también en masa a los estadios de fútbol a cantar seráficos goles?
¿Acaso nos consolaremos diciendo que medio mundo está también confinado, sin que arda ninguna Troya, sin que haya mayos incendiarios, ni tomas de bastillas ni palacios de invierno, con la policía multa que te multa y la gente balconeando? Pero sabed que nosotros tenemos un pack demoledor, donde al coronavirus hay que añadirle la tremenda plaga de unos gobernantes que no solo han agravado la crisis con su soberana estupidez e incompetencia, sino que, en medio de la crisis, conspiran para acelerar su agenda socialcomunista, que nos llevara a las barrancas del Caribe. ¿Quién da más, españolitos?
Sí, habremos de elegir entre el honor, o la indiferencia y la cobardía, pues, como decía el poeta de Silos, «indiferente o cobarde, la ciudad vuelve la espalda». Y es que la indiferencia ante el horror totalitario de este malgobierno es también un virus maléfico, que emponzoña el honor de nuestra raza. Indiferencia del que no quiere saber nada, del que todo le importa una maldita higa… indiferencia producto de la ignorancia, de electroencefalogramas planos, de salvajes lobotomizaciones que reducen al españolito a un nivel subhumano, de esclavo orwelliano.
Mejor sería que fuéramos cobardes, porque al menos eso quiere decir que sabemos la verdad, que no nos hemos dejado engañar, pero que, ante el miedo a las represalias del totalitarismo en el que estamos inmersos, silbamos como disimulando, miramos hacia otro lado, por aquello de que tememos las checas, las sacas, los paseíllos, los estigmas sociales, la pérdida de la paguita, la persecución de las stasis.
Ahora que tan de moda está el econaturismo ―uno de los pilares del NOM, por cierto, ―, no está de más recordar que las sociedades humanas, por mucho que presuman de excelencias civilizadoras, no dejan de ser un ecosistema, aunque sea el que manipula y depreda a los demás.
Y no hay nada mejor para explicar el biotopo humano que un documental de esos tan tópicos y típicos que todos hemos visto más de una vez, documental que puede ilustrar cualquier sociedad humana occidental, pero que en España adquiere características realmente oscarizables en estos tiempos de virus y bolivarianos.
Imagínense una sabana africana, donde un rebaño de miles de antílopes pasta mansamente entre los baobabs. De repente, aparece un par de leones, que se abalanzan sobre la manada, provocando una apocalíptica estampida de sálvese-quien-pueda, entre una gigantesca nube de polvo y el estruendo de los cascos tocando el tambor del llano.
Siempre que he visto esta escena, me he hecho la misma pregunta: ¿cómo es posible que un león pueda amedrentar a miles de animales armados con cornamentas? ¿Por qué los herbívoros no se revuelven contra los depredadores, pues bastaría con que unos cuantos de ellos les atacasen mancomunadamente para ponerlos en fuga? Enigma donde los haya, verdadero expediente X de la naturaleza, tanto animal como humana.
Le llaman buenismo, pacifismo, pero yo a esto le llamaría «antilopismo»: somos 7.700 millones de seres humanos, que se dejan engañar, robar y esclavizar por una élite que no llega ni al 1%. Y es cierto que esta patulea satánica tiene todos los medios, menos la razón. Su poder se basa en nuestro miedo, en nuestra ignorancia, que nos hace creer en la ilusión de que un puñado de psicópatas tiene más poder que inmensas muchedumbres de ciudadanos hechos a imagen y semejanza de Dios.
No, las masas ya no se rebelan… Habría que hablar más bien de la «traición de las masas», conformadas por rebaños de antílopes, incapaces de rebelarse aunque la Patria esté en llamas, aunque el fuego amenace ya nuestros umbrales, fenómeno que podría muy bien explicarse con esta parábola atribuida a Buda: «No hace mucho vi una casa que ardía. Su techo era ya pasto de las llamas. Al acercarme advertí que aún había gente en su interior. Fui a la puerta y les grité que el techo estaba ardiendo, incitándoles a que salieran rápidamente.
Pero aquella gente no parecía tener prisa. Uno me preguntó, mientras el fuego le chamuscaba las cejas, qué tiempo hacía fuera, si llovía, si no hacía viento, si existía otra casa, y otras cosas parecidas.
Sin responder, volví a salir. Esta gente, pensé, tiene que arder antes que acabe con sus preguntas. Verdaderamente, amigos, a quien el suelo no le queme en los pies hasta el punto de desear gustosamente cambiarse de sitio, nada tengo que decirle.»