La inmigración en España, la doble vara de medir

Siempre se ha dicho que la España unida jamás será vencida. Pero ¿qué unión existe ahora en este país? ¿Somos una nación en la que los españoles estamos situados en el escalón más alto en esa pirámide social y política o son ahora los inmigrantes los que se ganan el derecho a ocupar la cúspide?

Los gobiernos de turno y las políticas de medio pelo dictadas, supuestamente, por y para los españoles, han dejado en un refugio oculto las necesidades de los que están dentro para complacer al indefenso, a un musulmán que no tiene ninguna intención de respetar el orden social y moral establecido, imponiendo ya sin ocultar un respeto por sufrimiento, ese derecho que si fuéramos a su país de origen no nos sería devuelto. La doble vara de medir. El sistema entendido para unos pocos, porque no nos olvidemos que esas formaciones moradas y rojas, rezumantes de comunismo por los cuatro costados, solo aplican una norma: o estás conmigo o estás contra mí.

La boca se llena de tolerancia con la inmigración. La solidaridad siempre en el punto de mira. La policía y los cuerpos de seguridad del estado, el enemigo de los inmigrantes, según muchos políticos. Pero, ¿cuántos de los que hoy tachan a los demás de poco solidarios ha acogido a un inmigrante en sus casas? ¿Cuántos han ido a un centro de Cáritas a repartir comida en navidades? Provoca pereza, mucha, pero lo que más pesa al final es la hipocresía. Porque la pobreza es propiedad del de fuera, pasarlo mal viene inscrito al color de piel o a la religión de turno.  Porque un español no puede ser pobre, solo está atravesando una mala racha.

Supuestamente y mucho se criticó el hecho de que teóricamente los inmigrantes venían a España a pagarnos las pensiones, a ejercer puestos de trabajo precarios con unos sueldos ridículos. Sí, eso se decía. A día de hoy, de cada ocho inmigrantes que hay en España, solo uno y medio está cotizando a la seguridad social. ¿La culpa? Del empresario dicen, de un Amancio Ortega que dona millones de euros para la investigación del cáncer, pero que sigue siendo un explotador a los ojos de los mismos.

A cambio de trabajar en negro, manteniéndoles nosotros dentro de las fronteras, se les premia con subvenciones, pisos sin haber casi pisado el país, una sanidad y tarjeta universal solo porque nos gusta tener tatuado en esa bandera ya deformada las palabras solidaridad y derechos humanos. Derechos humanos también los tiene esa anciana desvalida, totalmente dependiente, a la que en más de una ocasión se le ha negado una ambulancia y una camilla a pesar de que no puede bajar tres escalones en su casa sin ascensor. Esa persona mayor que tiene que ver cómo pasa horas enteras en su centro de salud, quejándose de unos males reales y graves, mientras cinco inmigrantes acuden por un simple dolor de cabeza.

¿Está mal la inmigración controlada?

La llegada de cientos de inmigrantes a las fronteras de Ceuta y Melilla explican una multitud de cuestiones. Los campamentos que se montan alrededor parecen más próximos a una célula organizada, posiblemente peligrosa, que a personas que vienen a España a buscarse la vida. La cal y ácido que tiran y los machetes que portan hablan de subsaharianos violentos. Sus actos les condenan.

Así, ¿tan malo es el cierre de fronteras? La “salvajada” de Donald Trump, que califican “políticos” nacionales, de colocar un muro en el límite con México no es más que una política de prevención de una inmigración descontrolada, igual que la que se tendría que aplicar en España.

La violencia de género no se aplica si eres de color

La sentencia de la Manada ha dado la vuelta al mundo; una resolución que, en verdad, no ha sido dictaminada por el Tribunal Supremo -sí, a efectos legales- sino por la acción “colectiva”. Todos los miembros de este grupo se merecen permanecer un tiempo entre rejas, de eso no hay la menor duda, pero más allá de la condena, estas cinco personas han servido de excusa, de altavoz en contra del heteropatriarcado, de un Estado limitador de los derechos sociales y garante de unos principios casi regidos por el franquismo. Todo bañado de símbolos republicanos y comunistas, que sigo sin entender qué tiene que ver una cosa con la otra.

Pero, ¿qué ocurre cuando la violación la comete un inmigrante? Esta misma semana, cuatro inmigrantes de origen marroquí violaron a una joven de 17 años en Bilbao. En Lloret de Mar, un magrebí violó a una chica en un cajero. El año pasado, diez jóvenes de origen musulmán violaron a una menor de 14 años durante 24 horas. Y así podríamos llenar hojas. ¿Les has visto la cara? ¿Han salido diariamente en los medios? ¿Ha habido manifestaciones y quejas en redes sociales por esa chica? De nuevo, la doble vara de medir, el unos sí y los otros no.

Con todo esto, la conclusión es clara: la hipocresía que se clava en las retinas de los que miramos supuestamente mal y nos alejamos del buenismo declarado es cada día más fuerte.

Redacción

Digital independiente de derechas

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