La economía española: una nave a la deriva

"Solamente se podrá crear empleo si los empresarios y los autónomos pierden el miedo a crearlo y están capitalizados".

La recuperación económica no va a ser breve ni sosegada, lo sabemos. De la capacidad, inteligencia y diligencia del Gobierno, dependerá la gravedad de sus consecuencias sobre la población y de su persistencia.

No es la primera vez que España tiene que renacer social y económicamente desde una situación dramática. La anterior estuvo provocada por una ideología violenta e intolerante, pero se consiguió, es decir, lo consiguieron, precisamente la generación más castigada por esta crisis.

Debemos sentar unos pilares sólidos y arraigados en la base de la economía, donde poder sustentar un crecimiento fuerte, duradero y esperanzador. Pero, si el Gobierno que inicie la recuperación, es decir, Sánchez y su cuadrilla,  empieza a hacer remiendos, chapuzas, errar opciones y corregirlas deprisa y engañando, o buscar la forma de zafarse de la responsabilidad culpando a otros de sus errores, es muy posible que esta recuperación puede implicar a dos o más generaciones. Dependemos del Gobierno y de la inteligencia de sus componentes (aterrador, ¿no les parece?).

Voy a proponer una solución justificada

Recuerdo que, cuando mi padre fue nombrado alcalde de un pueblo con cerca de 1400 habitantes en 1973, no cobraba por ser alcalde; ser alcalde o concejal era una dignidad, no una profesión; ser alcalde era ponerse al SERVICIO de un pueblo, no poner un pueblo al servicio de una administración. En el ayuntamiento se pagaban tres sueldos: el secretario, el alguacil y el encargado de la recogida de basuras. Prácticamente, no había funcionarios y el pueblo funcionaba la mar de bien. Recuerdo que mi padre me comentó un día que tan solo tres o cuatro personas de todo el pueblo estaban sin trabajo pero que cobraban un subsidio por desempleo. El ayuntamiento les ofreció trabajo para ir a arreglar unos caminos del pueblo cobrando un sueldo, pero se negaron, y tuvo que contratar a otras personas.

Todo el que quería trabajar tenía trabajo, bien remunerado, la prueba es que las familias tenían tres, cuatro o más hijos sin problemas, trabajando solo uno de los cónyuges. Todo el mundo tenía cobertura social y sanitaria, los impuestos eran mínimos o inexistentes. El dinero estaba en los bolsillos de los ciudadanos, no del Estado. Y, lo más importante, había alegría y felicidad en todo el pueblo. Se formaron más universitarios que nunca entre los hijos de la clase trabajadora mediante “verdaderas” becas.

Hoy el pueblo tiene 1550 habitantes aproximadamente. Tan solo, ciento cincuenta más que cuando fue alcalde mi padre, y, sin embargo, la administración ha crecido tanto que se ha convertido en una insostenible carga para prácticamente los mismos habitantes. Han crecido los impuestos y han nacido otros de forma espontánea. El dinero que va a los necesitados, se pierde por el camino. El peso de la administración somete, exprime y obliga a vivir bajo la explotación y la opresión a muchos ciudadanos. Las normas han crecido hacia el “Prohibido…”, recortando las libertades más elementales. Hoy está rigurosamente prohibido pescar, reconozco que incluso he tenido que huir de la Guardia Civil porque estaba pescando con dos cañas, sin embargo los niños podíamos ir a pescar sin miedo a una multa, y a pesar de eso, cada vez había más peces en el río.

Tenemos miedo de Hacienda, del Ayuntamiento, de los gobiernos autonómicos, de los Agentes de Seguridad y, además, de los delincuentes, aunque parezca absurdo. Pagamos a más y más policías y sin embargo, tenemos que asegurar todas nuestras pertenencias y vallar nuestras propiedades. No me siento libre en esta sociedad.

Sentimos la carga de la administración como una opresión asfixiante, como un límite a nuestro desarrollo personal, social y económico. Incluso como un sometimiento al estado. Si una empresa devuelve un recibo a otra empresa, lo que hacen es buscar la manera de facilitar el pago entre ellas; la administración lo que hace es incrementar la deuda del ciudadano un 20% automáticamente, de forma impositiva y unilateral.

En un país en el que los dos sectores productivos (primario y secundario), es decir, los que generan riqueza, apenas son el 25% de la población, no es posible crecer o salir de una crisis económica.

 

Desde los años ochenta los políticos, se embarcaron en una ruta sin retorno: hacer depender del Estado a cuanta más gente posible, para asegurarse los votos y el clientelismo.

Soy profesor y, por lo tanto, hablaré de lo mío. Estuve en octavo de EGB en una clase con 43 alumnos. Casi el 100% aprendíamos y aprobábamos. Hoy, las clases son de veinte alumnos y hay más suspensos y peor formación que con otro sistema educativo. Las causas pueden ser muy diversas, pero no lo serán nunca económicas, puesto que, cuando el Gobierno quiere lucirse de Progre, “incrementa” el gasto en Educación.

Pero esto es falso, otro engaño más de la política: para ellos, “invertir” más en Educación no significa, entregar libros o táblets gratuitamente a los alumnos (eso sería malo para las empresas editoriales), significa subir los sueldos de los funcionarios docentes. Con esta “inversión” consiguen acallar las críticas de un colectivo problemático y al mismo tiempo, crear dependencia económica a los miembros de un ejército de formación ideológica, rastrero y solapado.

Desde los años 80, el número de funcionarios y personal dependiente económicamente del Gobierno (sindicatos, ONG, partidos, etc.) no ha parado de crecer. Ahora hay 2.6 millones de funcionarios, pero la cifra más aterradora debe ser la otra, la de aquellos que no cuentan como funcionarios pero (trabajan) viven como ellos.

Los políticos han metido dinero en los bolsillos equivocados.

Un funcionario, mete el dinero en el banco y se siente feliz por tenerlo. No lo invierte; en realidad, ni siquiera lo disfruta. Lo deja allí para hacer ricos a los bancos.

Creo que si ese dinero, se lo diera el Gobierno a un autónomo o un empresario, en dos años habría creado cuatro o más puestos de trabajo, porque su mentalidad es muy distinta a la de un funcionario: el empresario necesita crecer. Para un empresario, el dinero no es un objetivo sino un medio. Nunca teme endeudarse, un funcionario sí.

Señores políticos, devuelvan otra vez el dinero al bolsillo de los trabajadores y los empresarios. No los ahoguen con impuestos, no los acobarden con multas y pagos que debería asumir el Gobierno y no los ciudadanos. Faciliten los medios para crear empresas, y habrá trabajo.

Solamente se podrá crear empleo si los empresarios y los autónomos pierden el miedo a crearlo y están capitalizados.

José Enrique Catalá

Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Valencia. Especialista en Hª Medieval. Profesor. Autor del libro: Glosario Universitario.

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba