La devaluación del sistema educativo
Desde hace mucho tiempo el sistema educativo español se está devaluando en cuanto a su calidad. La burocratización de la enseñanza, devorada por tanto papeleo administrativo y, por la fuerza del número, es decir, por la estadística, ha convertido a los docentes en redactores de todo tipo de documentos (informes, registros, comunicaciones, programaciones, solicitudes de permisos,….), sin que ello repercuta en una mayor eficiencia y productividad. Todo lo contario, la saturación, la congestión y la multiplicación de tareas administrativas multiplican por dos la carga de trabajo y dividen los esfuerzos propiamente educativos. Hartazgo y malestar es el sentimiento generalizado. Esto no supone calidad, supone dispersión de energía y recursos, no necesariamente eficacia.
Por otro lado, está la burrocratización del sistema. Con tanta milonga normativa, con tal profusión de directrices de la “nueva Pedagogía” y, con tal abundancia de orientaciones de una “nueva modernidad” metodológica, el resultado es que cada vez es más difícil suspender que aprobar. La cultura del esfuerzo, del trabajo bien hecho y de las ganas de aprender y mejorar, ha desaparecido. Se premia la falta de laboriosidad y el conformismo. La búsqueda de la excelencia se ha convertido en una quimera, una ilusión imposible de conseguir con tanta complacencia, condescendencia y contemplación de ítems, competencias y aplicación de tantos eufemismos fantasiosos. Se imparte docencia, pero el aprendizaje no se garantiza. Llevo más de treinta años dedicados a la educación, he sufrido el vaivén ideológico de demasiadas leyes de enseñanza y, mi personal conclusión es que, la calidad no ha mejorado. Nunca he tenido alumnos con tan poco bagaje cultural, con tan escaso nivel idiomático, con tanta limitación expresiva oral y escrita, con tan baja capacidad de construcción de una idea o reflexión, con tan poco interés por el saber y con tan pocas obligaciones, pero con unos derechos sobredimensionados. En la relación educador-educando, el alumno ha asumido todo el protagonismo, tomando el poder e intentando sustituir la autoridad del docente.
En este contexto, el pasado martes, día 29 de septiembre, en el Consejo de Ministros celebrado, se aprobaba un Real Decreto con rango de Ley, a instancias de la titular de Educación y Formación Profesional, Isabel Celaá, que venía a reforzar la tendencia negativa que les apunto. Sin consultar a las autoridades educativas autonómicas, depositarias de las transferencias en materia de educación, contra lo dispuesto en la Constitución y lo legalmente establecido en la LOMCE (Ley Orgánica de la Mejora de la Calidad Educativa), aprobada en 2013, la llamada “ley Wert”, y actualmente en vigor. Todo ello en la antesala de la, más que probable aprobación, de una nueva ley, la LOMLOE. (Ley Orgánica de Mejora de la LOE), cuyo borrador está prácticamente finalizado y que les auguro será mucho peor que cualquiera de las anteriores leyes aprobadas.
El Real Decreto “Celaá”, de forma unilateral, impositiva y autoritaria se refiere a la educación no universitaria, Es una norma transitoria, excepcional, hasta el fin de la pandemia y, que en el caso de los master y las pruebas finales de ciclo de primaria y secundaria, serán exclusivos del presente curso escolar, o eso al menos se contempla, por ahora.
Esta nueva norma exime del master obligatorio a los docentes de Secundaria para el ejercicio profesional, además elimina las pruebas finales de ciclo obligatorias de Primaria y Secundaria. También se considera, en este totum revolutum, verdadero revoltijo de enseñanza presencial, o semipresencial, que se considerará como días lectivos los cursados en casa. De esta manera, de golpe y plumazo, se “resuelve” el problema del absentismo escolar, justificado, o no,
Pero el contenido del Decreto va más allá. Se rebaja, de manera alarmante y preocupante, casi trágica, la exigencia de nivel. Es decir, los requisitos para aprobar, promocionar, e incluso, titular a final de cada ciclo, durante el presente curso, alcanzan unos mínimos francamente irrisorios. Tanto es así que, de manera muy excepcional –yo diría que casi imposible-, la repetición es una cuestión desaparecida. Da igual el número de materias no aprobadas, siendo los claustros de profesores los que, en última instancia, pero profundamente mediatizados, decidirán sobre la conveniencia de tal medida. Esto se señala en el artículo 5 del Decreto. Ya les digo yo que aquí no repite año nadie. Los alumnos, las familias y los equipos docentes lo saben, de manera que ante cualquier mínimo problema, el pasaporte al siguiente curso está garantizado. En todo esto, que es sumamente serio, los departamentos de orientación pedagógica tendrán un protagonismo sobresaliente.
La LOMCE, en su artículo 28, regulaba las condiciones para pasar de curso en la ESO. Según aquellas se promocionaba al siguiente año con dos áreas suspensas, excepcionalmente tres, siempre y cuando no fueran coincidentes Lengua y Matemáticas. Esto ha sido derogado transitoriamente. El trabajo en equipo será valorado con especial atención. En sus artículos 36 y 37, referidos al Bachillerato, se aceptaba pasar con dos asignaturas, pero para titular el final de ciclo se exigía aprobar todas las áreas evaluadas. También ha sido derogado. Como ven la calidad del sistema se devalúa y es sometido a imposiciones ajenas a la legalidad vigente.
Ahora, los alumnos bachilleres podrán ir a la universidad en condiciones poco adecuadas. Solamente se exige tener una media de cinco, con independencia de las áreas suspensas. Conclusión, habrá asignaturas completamente abandonadas mientras que otras recibirán todas las atenciones. La experiencia me dice que aquellas que presenten más dificultad serán las grandes sacrificadas. El bajón de nivel será extremadamente alarmante.
Así, en este escenario dantesco, impropio de un estado que aspira a mejorar la calidad del sistema educativo, la comunidad escolar está desconcertada y muy preocupada. El futuro siempre se dibuja desde los ámbitos educativos, pero el surrealismo en que nos hayamos no me permite ver con claridad un porvenir más acogedor en el que confiar. El cuadro que se está esbozando en las enseñanzas medias se me antoja tenebrista. Los alumnos, igualados con la injusticia de no tener en cuenta los méritos, las destrezas y competencias adquiridas desde el trabajo y el esfuerzo, desmotivará a los aplicados y, por el contrario, motivará a los menos aplicados en su tendencia al goce y disfrute ajenos al estudio. Menudo panorama se avecina para el desarrollo de la labor del profesor. Todos los criterios de valoración, evaluación y titulación estallan por los aires. Se instaura un régimen de mediocridad y vulgaridad del que habrá consecuencias negativas incuestionables. El triunfo de un igualitarismo en el que no se premia, estimula, ni refuerza las ganas de aprender y trabajar, es impuesto.