Julio Anguita, un hombre de paz

El 14 de febrero de 1972, fue enterrado en el cementerio de san Justo de Madrid, Melchor Rodríguez García. Sobre su ataúd, un Cristo (besó una Cruz en su lecho de muerte), una bandera de la CNT y otra de la Segunda República. Los asistentes cantaron «A las barricadas», himno de la CGT y de la CNT.

Era 1972.

Asistieron al entierro altos cargos del franquismo y altos cargos anarquistas y de izquierdas, sin temor a ser molestados por el Régimen.

Melchor Rodríguez fue llamado «El Ángel Rojo» porque antepuso su humanidad a la barbarie izquierdista que estaba asesinando ocultamente a miles de presos políticos de las cárceles de Madrid (derechistas, monárquicos, católicos; desde adolescentes hasta ancianos), sacándolos por las noches con autobuses y fusilándolos a unos kilómetros de Madrid, donde tenían preparadas unas fosas comunes. Se calcula que fueron asesinados y algunos enterrados vivos, más de 5000 ciudadanos, en gigantescas fosas comunes.

Esta matanza fue detenida por MELCHOR RODRÍGUEZ, arriesgando su propia vida frente a la decidida violencia de sus compañeros de ideología. El 4 de diciembre de 1936 salvó a 1532 personas de ser asesinadas.

“Defenderé mis ideas con mi vida, pero nunca, matando». Esto casi provocó ser asesinado por sus compañeros.

Melchor Rodríguez salvó la vida de miles a personas de las que cabe señalar: Agustín Muñoz Grandes, Martín Artajo, y Valentín Gallarza, Serrano Súñer, el doctor Mariano Gómez Ulla, los cuatro hermanos Luca de Tena, el futbolista Ricardo Zamora, el locutor Bobby Deglané  y los falangistas Rafael Sánchez Mazas o Raimundo Fernández-Cuesta, entre otros.

Fue el último alcalde de Madrid (no huyó) y al finalizar la guerra sufrió dos consejos de guerra que pedían para él la pena de muerte pero, finalmente, fue condenado a una pena de veinte años de los que cumplió cinco.

Les recomiendo que ahonden en la vida de este gran político, encarcelado durante la República y encarcelado durante el Franquismo, por defender sus ideales.

He hablado de Melchor porque quiero manifestar mi más profunda admiración por él, y, al mismo tiempo, trasladarla a la figura de JULIO ANGUITA, andaluces los dos.

Los discursos de Anguita eran para mí, un oasis de paz, claridad y valentía en el conjunto de discursos políticos de su época parlamentaria.

Su sinceridad fue muy molesta para sus oponentes, incluso para algunos miembros de su partido que después se descubrió que no eran trigo limpio. 

Era antimonárquico pero, como sabía distinguir la militancia política, de la educación y la concordia entre los seres humanos, no tenía inconveniente en dar la mano al Rey.

Denunció la corrupción política del felipismo sin ambages y le negó su apoyo sabiendo que se iba a quedar solo, como Melchor Rodríguez, porque pensó que la coherencia y la honestidad de una persona se demuestran afrontando todas las amenazas.

Compartí con él el momento en el que le anunciaron que su hijo, periodista, había muerto en la guerra de Irak. Recuerdo bien sus palabras: “Malditas sean las guerras y los que las provocan”.

Hubiese querido estar presente en el entierro de Julio Anguita, como en el de Melchor Rodríguez. Presentarles mis respetos, y manifestar mi admiración por ellos como hombres y como políticos. Su coherencia y sinceridad son lecciones magistrales para mí. Pediré por ellos. 

José Enrique Catalá

Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Valencia. Especialista en Hª Medieval. Profesor. Autor del libro: Glosario Universitario.

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