Intimidad en el escaparate. Por Natalia Barcáiztegui

Qué difícil resulta ensalzar el pudor en una sociedad en la que, alardeando de autenticidad, todo se muestra públicamente como prueba de franqueza y sencillez, como símbolo de naturalidad. 

Definiendo esta virtud…

En las generaciones precedentes, el pudor era un valor que se vivía en todos los ámbitos sociales, con límites generalmente aceptados en el vestir, en la comunicación y en las manifestaciones públicas de todo tipo.

No debe entenderse como algo restrictivo. Se trata de una virtud innata con un profundo significado antropológico. Consiste en defender la dignidad del hombre y el amor auténtico, para poder ofrecer lo más íntimo a quien sea capaz de valorarlo adecuadamente.

…y sus efectos…

Protege la intimidad, característica personal que nos hace únicos e irrepetibles. Una manifestación adecuada del cuerpo, de los sentimientos y de los deseos, permite que se descubra la esencia de la persona. Su falta la lleva a centrarse en lo superficial, reduciéndola a mero instrumento de placer.

Blindando la dignidad salvaguardamos también el amor auténtico, centrado en lo que la persona es y no en lo que aparenta ser. No podemos basar el amor en un sentimiento pasajero como es el atractivo físico; hay que poder profundizar más para tener una base sólida.

Esta virtud se desarrolla a medida que descubrimos nuestro interior. Nos hacemos dueños de nosotros mismos eligiendo cómo, cuándo y dónde manifestar nuestro ser a las personas que consideramos capaces de poner en valor nuestra dignidad. Su falta no significa mayor libertad, sino que nos hace más vulnerables al estar sometidos a la esclavitud de nuestras pasiones.

…sociales…

La sociedad en general se ha vulgarizado y se va despojando de límites. Todo vale y con el pretexto de ser naturales y espontáneos, se publican en los medios de comunicación intimidades que atentan contra la dignidad personal.

En la actualidad, la saturación de información sexual y la comunicación de intimidades propias y ajenas, hace que perdamos sensibilidad. Se produce tal confusión entre lo público y lo privado, que se necesita la recuperación del pudor para establecer límites que nos permitan preservar nuestra privacidad.

…en sus distintas manifestaciones…

Aunque el pudor  protege todos los aspectos de la intimidad, generalmente se hace referencia al pudor del cuerpo. Se trata de ocultar los órganos sexuales porque sirven para manifestar el amor. Airear nuestro interior hace que nos centremos en lo superficial, ocultando la esencia de la persona y reduciéndola a un plano meramente sensual.

Nos gusta gustar, y es normal, pero tenemos que pensar qué efecto vamos a provocar.  El pudor en el vestir  trata de que el otro reaccione ante el cuerpo valorando la persona y no limitándose a los valores sexuales. Muchas veces sin ser plenamente conscientes, provocamos un deseo sensual, con la falsa esperanza de que a través del cuerpo  se llegue a nuestro interior.

 El pudor en el arreglo personal manifiesta respeto por los demás y pide el mismo trato para uno mismo.

Además del aspecto corporal, el pudor abarca otros aspectos de la intimidad. El pudor en el habla protege los estados afectivos, los sentimientos y las emociones. Del mismo modo se reclama  pudor en el obrar, evitando la manifestación pública de todo aquello que pide privacidad.

Violamos la propia intimidad cuando aireamos nuestra vida, cuando no seleccionamos los receptores de nuestras confidencias, cuando no somos prudentes al tratar los sentimientos y deseos, cuando tenemos actuaciones en público que requieren la máxima confianza.

El abandono del pudor provoca  pérdida de profundidad en las relaciones amorosas. Muchas parejas se constituyen simplemente por el reclamo exterior, incapacitándose para conocer la verdadera identidad. Y aunque buscan poder amar, al limitarse al conocimiento fisiológico no lo consiguen.  Necesitamos el pudor para estimular el verdadero amor.

…aprendemos a reconocerlo y valorarlo…

Hombres y mujeres experimentan el pudor de forma diferente, por lo que debemos prevenir las interpretaciones de nuestras acciones.

La mujer tiende a ser afectiva antes que sensual.  Es más difícil que vea al hombre como un objeto de placer, siendo más sensible a sus valores. Se fijará antes en la masculinidad psíquica que en la física.

El hombre, en general, es más sensual que afectivo. Ante la presencia de una mujer, su mecanismo biológico le hace fijarse primero en los aspectos meramente carnales.

Es un error por parte de las mujeres ignorar esta realidad y considerar cariño lo que es simple apetencia sexual. Esto hace que se juegue con lo sexual  para llamar la atención masculina. Como la mujer no siente, en general, esa sensualidad tan fuerte, no comprende la necesidad de ser tan pudorosa. Esto puede despistar al hombre. 

…para evitar los efectos nocivos de su falta.

Hoy en día la falta de pudor, en un clima excesivamente hedonista en el que los contenidos sexuales carecen de filtro, hace que se banalice la sexualidad. Se pierde el concepto de persona como ser corporal y espiritual y la sexualidad queda reducida a la búsqueda de placer carnal. Esto conduce a relaciones sexuales cada vez más precoces y a un nivel de promiscuidad alarmante, ya que la desaparición de límites no ha favorecido el control de los impulsos.

Las relaciones sexuales frecuentemente se desligan del amor y es fácil que la persona se sienta utilizada.

Podemos concluir que es importante recuperar la cultura del pudor para que aflore el auténtico amor. En él se basa la felicidad. Reivindicamos así nuestra irrepetible singularidad, característica manifestada mediante  una espiritual corporalidad que bien  haríamos  en proteger.»

Redacción

Digital independiente de derechas

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba