Inconsciencia, amnesia e inmovilidad
Vivimos un proceso de sometimiento del ciudadano al que, además de ocultar la verdad, la dura realidad, se le presentan imágenes placebo, por un lado, y altos grados de miedo, por otro, con el objetivo de someterlo de forma aparentemente inocua y bonancible y que está sirviendo para todo tipo de licuación intelectual de los sujetos.
Hemos vivido un momento de manipulación en el que no existía riesgo por una gripe un poco más dura; de un día para otro, era una pandemia cruel que nos obligaba al encarcelamiento de todos para, limitando la movilidad, salvar vidas que, por otra parte, se perdían en silencio, ocultando el cadáver, sin presencia de nadie y sin cumplir los protocolos sanitarios y jurídicos, que sirven de garantías tanto para el fallecido como para los familiares y la sociedad, amén de precisos para la lucha contra el virus, que se anularon sin más explicación.
Se ordenó el cierre de las residencias, pese a saber que la asistencia sanitaria era limitada, dejando morir a los ancianos a los que se negaban a llevar a los hospitales aplicando una sanidad de guerra, rechazando unos la asistencia y otros negándosela por adelantado para, después, utilizar la situación en beneficio político de uno u otro, sin asumir ni uno ni otro la responsabilidad previa, coetánea o posterior que cada uno deseo y obligó a desarrollar.
Se ocultó la muerte a los ciudadanos, a los que se animaba a salir a los balcones a cantar y aplaudir, criticando o criminalizando al medio de comunicación que fotografió y mostró un ejemplo de esa realidad, mientras se tenían que habilitar pabellones “nevera” en los que conservar los miles de muertos, tantos que, salvo en época de guerra, jamás habíamos pensado pudieran producirse.
Se aplaudía a una sanidad desbordada, inaceptablemente preparada, supuestamente vocacional, sin liderazgo en la aplicación de los protocolos preexistentes y menos aún de protocolos ad hoc, mientras había sanitarios intensivistas, UCI, etc., en lo que se denominó “hospital sucio” que se jugaban la vida, otros, en las “zonas limpias”, se ocultaban tras un teléfono, en un teletrabajo o una acción presencial sin riesgo, para luego aparecer como sufridores de una crisis que vieron por la televisión como el resto de ciudadanos, pero se dejaba insultar a las y los cajeros de supermercados, que seguían haciendo su labor sin ningún tipo de medidas preventivas, ni vocación preexistente.
Se negaba la necesidad de cerrar los colegios como lugar de trasmisión de la epidemia para, una vez finalizadas las algaradas políticas, urgir su cierre, para, ahora, de una parte, insistir en la necesidad irrenunciable de abrir los centros y la imprescindible obligación e asistencia a los mismos, mientras se niega la normalidad presencial en la administración, en la Justicia y, aún más grave, en la sanidad.
No eran necesarias mascarillas, hoy obligatorias, de las que se comienza a dudar su aplicabilidad, como no eran necesarios los test, para luego ser la vía de solución y, ahora, afirmar que son una falsa realidad, que en otros países se hacen de forma masiva para permitir la entrada de extranjeros, pero que en este no es innecesario, animando a los inmigrantes ilegales a acudir a España, mientras se reparten por el territorio nacional sin medida sanitaria alguna.
Se nos mantiene muertos de miedo por la existencia de rebrotes que no son más que la comprobación por vía de test de la existencia del virus, pero que no suponen riesgo hospitalario alguno, que es normal que si se buscan positivos estos aparezcan, pero que es el único sistema de control de los mismos, mientras que no se adoptan medidas jurídicas que permitan a la sanidad adoptar soluciones sociosanitarias, ni se implementan en el campo sanitario las necesarias, ni se presentan medidas económicas de reducción de impuestos, de ampliación de ERTES, de ayuda al empresario y al trabajador, ni se organizan fórmulas colaborativas de trabajo que permitan el desarrollo económico, social y sanitario necesarios para la sociedad, mientras las élites se limitan a luchas o disputas de salón, con las que engañarnos, mantenernos anestesiados y sin buscar o presentar fórmulas de solución real.