Franco Battiato, muchas gracias por enseñarme qué difícil es descubrir el alba dentro de las sombras. Por Luys Coleto
Un capitano del centro impressioni
colto da esaurimento
venne presto mandato in esilio.
Mi preparavo
al lungo viaggio
( Via Lattea, 1985)
Saturado – saturadísimo – por la plandemia, quería rendir un homenaje a un grandísimo maestro. Ha muerto Franco, el bueno. El grande. De Pata Corta, mejor espeso velo, necesario e imprescindible olvido, sin llegar a la masónica saña de profanar su eterno descanso. Pero olvido. Y memento entonces Franco el bueno, muy bueno. Battiato. O si prefieren, yo sí, Suphan Barzani. Extraordinario cantante, compositor, editor, cineasta, pintor, temporalmente político (sin sueldo), genio a tiempo completo y, sobre todo, ser humano bueno. Muy bueno.
Battiato, inicios
Vivió sumergido durante las postreras témporas vitales en un despiadado Alzheimer y sin memoria ya de un pasado en el que, como el Mr. Nobody de Jaco Van Dormael, semejaba haber vivido misteriosamente varias vidas en una sola. Su huida de los escenarios hace casi un lustro nos hacía temer que su salud le había abandonado definitivamente. Y así fue.
Con su inconfundible e innegociable voz nasal (prodigioso narigón incluido), voz que hipnotizaba a Renato Carosone, incógnito estilo, acordes electrónicos hibridados a sones tribales, buscó hacerse sitio en el trastornado paisaje de la canción italiana de finales de los 60. Y he ahí Battiato, Barzani, el músico alborotador, insurrecto y vanguardista que encandiló a Frank Zappa con sus primeros álbumes en setentera época. Fetus (1971), Pollution (1972) o Sulle corde di Aries (1973), memorables hitos. Y entrado 1981, se convierte en el primer músico italiano en vender más de un millón de copias de un disco cuya escucha no declina ni un instante, el legendario La voce del padrone, asociado para siempre al prodigioso hit Centro de gravedad permanente.
Battiato se movía con igual soltura en la música «culta» que en las listas de éxitos, el sumo situacionista pues, a los hechos me remito: en 1984 acudió al Festival de Eurovisión (este finde tan actual) con la hechizante Los trenes de Tozeur, cointerpretado con Alice. Temazo que deviene superior al 99% de los temas que se han ejecutado en toda la historia del certamen (incluso así quedó quinto).
Y recordemos tres colosales jalones: L’arca di Noè y otra de sus canciones más recordadas, Voglio vederti danzare (Yo quiero verte danzar). Orizzonti perduti (1983), Mondi lontanissimi (1985) o Echoes os sufi dances (1985). Y, pequeña confesión, mi predilecta, Perspectiva Nevski, del álbum Nómadas (1987).
Battiato, místico y cineasta
El cantautor escudriñaba en insondables abismos y galaxias distantes, mientras se sumergía en la música sacra con su maravilloso Genesi (1987), tema a tres voces – soprano, tenor y barítono – con letra en sánscrito, persa y/o griego. El trinomio «experimentación + electrónica + música culta» se hallaba bosquejado y se mantendría a lo largo de toda su fructuosa carrera. Battiato era en realidad un “monje cantor” de la Modernidad que se imbuía con asiduidad de los textos de nuestros señeros místicos. San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila, sobresaliendo. Y, sobre todo, allende nuestras fronteras, el inclasificable Gurdjeff.
En los noventa, entre discos pop y música clásica, cine. Con la banda sonara de la película Una vita scellerata, incontestable obra maestra. En 1991 publica Come un cammello in una grondaia, con peculiares versiones de Wagner, Beethoven o Brahms y el tema Povera patria, pobre Italia ( o pobre España) que enseguida se transforma en himno protesta, al tiempo que se dedica al esforzado quehacer de pergeñar su segunda obra lírica, Gilgamesh, estrenada con estruendosa e indeleble ovación en la Ópera de Roma.
Con el nuevo milenio Battiato, siempre camaleónico, se estrena como director de cine con la estimable Perduto amor, una cinta basada en su amada ínsula Sicilia, en la que atraviesan sus recuerdos de juventud mixturados con su elevadísimo pensamiento metafísico. Dos años después, en principio, preparaba su segundo largometraje, Musikanten, sobre los últimos días de vida de Ludwig van Beethoven, publicando de paso un nuevo disco, Ferro Battuto (2001).
Battiato, lúcido político
Battiato no ignoró la política, tema que aborda en canciones como Bandiera bianca o Radio Varsavia: siempre feraz y feroz opositor del masónico mafioso berlusconismo. Acerado crítico de toda la política italiana, en particular del citado duce futbolero (y dueño de «nuestra» MediaSet) e inclemente debelador de la generalizada tolerancia, cuando no connivencia, con una Cosa Nostra que ha abocado a su Sicilia natal a la más absoluta de las perdiciones.
Fue también consejero de Turismo y Espectáculos en el gobierno regional de Sicilia en 2012, en manos del centroizquierda. Y su gran instante político: fulminantemente cesado después de llamar “putas” a las parlamentarias italianas en la Eurocámara y de arremeter en el ínterin contra toda la clase política de su país. Una puta basura, como la española, tan semejante ambas.
Battiato regresará siempre
Su último disco, 2019, con catorce versiones sinfónicas de algunos de sus himnos más recordados, y de regalo un inédito. Sonaba de hecho a despedida, aunque su título pudiese presagiar lo contrario: Torneremo ancora (regresaremos de nuevo), una promesa que no ha cumplido, aunque en realidad el maestro nunca se irá del todo. Imposible…
…Y claro, mi preferida. Perspectiva Nevski, una de esas poquitas canciones que tengo que escuchar solo en mi covacha, incluso sin Larita, porque el lagrimal termina definitivamente coagulándose. Decir sublime es quedarse extremadamente corto. Sobrenatural….
…Battiato, lo dicho, no es humano, o tal vez es demasiado humano. Divino. O casi. Gracias, maestro, lo dicho. Cuán difícil es hacer brotar albor entre tinieblas. En fin.