En primera persona
Emotivo testimonio de un enfermo de COVID-19
Más de un año ha pasado desde el inicio de la pertinaz pandemia que nos azota. Millares de fallecidos, muchos sin una merecida despedida; miles de contagios, ingresos en UCI y en planta; ambulancias en un ir y venir constante por nuestras ciudades; colas para efectuar los cribados y la pruebas prescritas; centros hospitalarios colapsados. Un auténtico escenario de tragedia, dolor, impotencia y desolación. La tristeza se ha instalado en nuestra sociedad y el decaimiento es notable. Mucho tiempo resta para que llegue la verdadera normalidad, no la señalada por nuestro ilustre presidente del gobierno del Reino de España.
Siempre permanecerá en mi recuerdo el homenaje merecido que se tributaba a los sanitarios desde los balcones en aquellos meses de férreo confinamiento. Yo mismo, con entusiasmo y orgullo participaba en las convocatorias –no en las carnavaladas, que también las hubo- para apoyar a los héroes del silencio, es decir, a nuestros ángeles custodios que, con abnegación y entrega, peleaban, sin medios apropiados, con un enemigo feroz, traicionero y criminalmente efectivo. La lucha era desigual, como sigue siendo hoy, pero pese a ello, pese a poner en riesgo su propia vida, han dado muestras de un heroísmo extraordinario. Es un honor poder contar con este ejército de la vida dispuesto al combate con la miserable parca.
A nivel personal mi experiencia ha sido enriquecedora, profundamente vivida y así quiero trasmitirlo desde este artículo. Mi mujer dio positivo en coronavirus, consiguió superarlo con su natural capacidad de sacrificio; mis suegros, nonagenarios ambos, también vencieron con éxito el duelo con el covid; finalmente caí en las garras del “bicho”. Primero con ocho días en casa con todos los síntomas propios del virus. Fiebres descontroladas, mareos, vómitos, diarreas, sudoraciones brutales y un larguísimo etcétera. Posteriormente, a consecuencia de una negativa evolución, ingresé en el hospital por urgencias. El diagnóstico no ofrecía dudas. Neumonía bilateral severa. Después de permanecer en el box de urgencias durante siete interminables horas, haciéndome todo tipo de pruebas (electro, radiografías, analíticas….) estuve a la espera de mi destino. La UCI la sorteé por muy poco, pero, dada la saturación de ingresos, mi destino no era definitivo, Se barajaba la posibilidad de mi traslado a Valladolid o a Burgos. Finalmente se me subió a planta y allí he permanecido ingresado durante diez días interminables, con una evolución lenta, demasiado lenta, pero favorable.
Quiero destacar, con profunda emoción, el maravilloso trato recibido desde el primer momento por parte de los sanitarios. En urgencias, pese al altísimo nivel de estrés que allí se respira, todos, absolutamente todos, los implicados demostraron una profesionalidad, una capacidad de trabajo y sufrimiento, una generosidad y una humanidad inconmensurable. Pese a la dureza del entorno, con camillas, ingresos permanentes, sillas de ruedas por doquier, pruebas y diagnósticos hechos con enorme diligencia, se mostraban arrojados y corajudos en su empeño de arrebatar vidas a la muerte. Vaya hacia ellos mi primer aplauso y mi eterna gratitud.
Ya en planta, la incertidumbre continuaba. El hospital estaba completo y no había más camas disponibles. La UCI estaba congestionada de pacientes en estado severo de gravedad. Parecía que estuviera presenciando una de esas series de televisión en las que los médicos corren de un lado a otro asistiendo a enfermos. Pero no, era la realidad que observaba. Desde mi habitación volvía a comprobar el fantástico, el fabuloso quehacer de todos los equipos médicos. Veía pasar camillas con personas entubadas camino de la antesala de la muerte, contemplaba un circulación permanente de carritos de enfermeras para el seguimiento de los enfermos, oía los quejidos y los llantos de muchas personas proferidos en sus habitaciones pero, con alegría, fuerza incontestable, empatía hacia el que sufría, actuaban nuestros sanitarios con solvencia, soltura y gran efectividad. Cada poco tiempo revisaban el cuadro clínico: saturación de oxígeno, inyecciones de heparina, tensión, placas, analíticas de sangre –la de arteria es muy dolorosa-, fiebre…
No puedo sino reconocer que tenemos una Sanidad Pública de un altísimo nivel. Muchos países se pavonean de un desarrollo que ni siquiera podrían soñar como el que aquí disfrutamos. Es un lujo, con todos sus defectos y debilidades, del que disfruta el pueblo español. No es momento de torpedear, es momento de apoyar y colaborar. Éste es mi segundo aplauso dedicado al personal de planta. Mi habitación, la 1106, se encontraba en el Complejo Hospitalario del “Río Carrión” de la pequeña ciudad castellana de Palencia.
No puedo permitirme olvidar tampoco a los celadores, al equipo de limpieza –al que habría que reconocer los mismos derechos y protecciones que al resto del personal sanitario- . Amables, cariñosos, dispuestos a entablar una amable conversación, displicentes y serviciales, realizaban con ilusión su importantísimo trabajo. Quiero poner el énfasis en las comidas: puntuales, desayuno, comida, merienda y cena. Sabrosas, ricas –pese a la falta de paladar- equilibradas y variadas. Nadie en su sano juicio debería poder poner un pero al respecto. Éste es mi tercer aplauso al colectivo que me ha demostrado una talla moral, humana y profesional verdaderamente excelsa.
En fin, quisiera, con lágrimas que enjaguan mis ojos, aplaudir una vez más a nuestros ángeles custodios, personas que han dejado en mi memoria un recuerdo imborrable de eterno reconocimiento y agradecimiento. Son unos gigantes que siempre llevaré en mi corazón. Muchas gracias y ánimo en la pelea, que promete ser dura.