El ministro, la carne, la España vaciada y el control de la sociedad

“Cuando el comunismo decide que ha llegado la hora de ir a por sus ciudadanos, todos pagarán el precio correspondiente.”

“Pues que se dediquen a otra cosa” es de las frases más ruines, más faltas de humanidad, más insensibles que he oído en los últimos tiempos. Dicha por alguien, protegido a corto plazo por su trabajo como empleado público y refugiado en la España que dicen vaciada, en buena parte a salvo del férreo control policial de las ciudades y con la mayoría de su familia también protegida por ser empleados públicos o dedicarse al sector primario, cuando se le hizo ver el tremendo sufrimiento que estaba experimentando buena parte de la sociedad española ante el arbitrario y criminal cierre obligatorio de comercios y pequeños negocios con los que la gente se gana honradamente la vida.

La traigo a esta tribuna porque tiene relación con la campaña del ministro ese que tenemos, el chavalito de consumo. Esa campaña que dice que tenemos que dejar de comer carne por un no sé qué del planeta y que ha encolerizado al mundo de la ganadería española.

El chaval, que por muy ministro que sea, es solamente un mandado de los que nos quieren pobres de solemnidad y encima felices, dice que el consumo de carne nos va a llevar al apocalipsis (como si muchos de nosotros no estuviéramos ya rogando para que eso pasara pronto y se nos acortaran los sufrimientos) y que, por lo tanto, él se va a encargar de que dejemos de comerla.

Y se va a encargar en serio, porque lo que seguro que tiene ya en la cabeza (aunque se lo hayan chivado) es que la va a poner más cara, de esa forma que tan bien tienen ensayada los comunistas: un impuestazo y la carne pasa a ser un artículo de lujo, solamente al alcance de las élites, o sea, ellos.

Pero no quedará ahí la cosa. Después del sablazo, llegarán los impuestos a los productores, llegarán las trabas de todo tipo para que sea casi imposible producirla como hasta ahora, llegará la ruina de las explotaciones ganaderas.

Todo por nuestro bien, no nos vayamos a enfadar, que esta gente es muy amable y lo que hace, lo hace por nuestro bien. Lo digo porque empiezo a ver caras de fastidio y no debemos ser tan secos. Al menos agradezcamos que se preocupen por nosotros y por nuestra casa común.

Es cierto que el proceso será menos violento, menos traumático que lo que hemos vivido en plena pandemia, en el confinamiento. No será un cierre obligatorio e inmediato, sin tiempo casi ni para apagar la luz, pero puede que sea mucho más cruel. Porque la ruina irá llegando poco a poco, abocando a los productores a tomar decisiones de endeudamiento o de inversiones gravosas y destinadas a ser inútiles, condenándolos a esforzarse cada día más, pero viendo cómo el precipicio se acerca sin que puedan hacer nada para evitarlo. Verán cómo se les niega el derecho a mantener a su familia, cómo se les niegan esas ayudas que exigían como un derecho aunque salieran del sudor y el esfuerzo de otros, verán cómo se les juzga moralmente por poner el planeta (y a todos nosotros) en peligro.

Exhaustos al fin, tendrán que cerrar.

Y aquí es cuando me pregunto si también se les dedicará un desafecto “pues que se dediquen a otra cosa”.

Lo que muchos ignoran, o quieren ignorar, es que cuando el comunismo decide que ha llegado la hora de ir a por sus ciudadanos, todos pagarán el precio correspondiente. Por muy a salvo que se sientan, la ola les llegará. Puede que durante un tiempo se sientan seguros, alejados de la civilización y con la nómina pública cayendo machaconamente todos los meses y que les importe un soberano comino lo que les pase a sus compatriotas, especialmente si no los conocen.

Es posible.

Puede que sientan que su actividad, que su trabajo es superior a los demás, que los otros son prescindibles, reciclables, sustituibles. Puede que sientan que el resto, tengan que conformarse sin renegar, tengan que asumir que unos dictadores decidan que lo que hacen ya no lo pueden hacer, que dónde viven ya no van a vivir, que su vida ya no está en sus manos.

Es posible.

Pero cuando no haya riqueza para esquilmar, la nómina dejará de llegar, o lo hará inflada de tal manera, que solamente sirva para encender la chimenea con los billetes (en el caso de que siga habiendo billetes). Y mucho antes habrá empezado a notar el aliento pútrido de un comisario político en el cogote.

Entonces, yo diré, si sigo aquí (que lo dudo), pues que se dediquen a otra cosa.

Francisco Fernández Bernal

Católico, español, autodidacta de la libertad, eterno polemista.

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