El hermano Florindo y la comisión

Cuando los niños llegaban al colegio, todos llevaban la mochila con el almuerzo que, en función de las posibilidades y como se hubiera portado el pequeño, sus padres les habían puesto, pero según llegaban, el hermano Florindo, les metía mano en la mochila y les quitaba gran parte de la viandas que llevaban con el fin de que todos comieran lo mismo y por igual. Evitemos los gordos, evitemos que unos coman más que otros, eran sus lemas. De este modo, los niños que se habían portado bien eran los que llevaban más viandas y los pequeños díscolos, o con padres poco pudientes, eran los que menos portaban.

Con el sistema del padre Florindo, los niños dejaron de portarse bien, pues no recibían su recompensa y los que se portaban mal forzaron aún más la máquina, pues cuanto peor se portaban, más recibían.

El hermano Florindo, orondo donde los hubiere, nunca contestó a los niños cuando estos le consultaban por su grosor, hasta que uno de ellos entró en su habitación y comprobó que muchas de las comidas y los avituallamientos finalizaban en su poder.

En el centro, desde hacía años, funcionaba una comisión de control a la que los alumnos presentaron el caso del hermano Florindo, pero los comisionados eran designados por Florindo, otros deseaban ser ascendidos y el último que trabajaba mucho era acallado por los demás.

En este modelo, los comisionados comenzaron una huelga para cobrar más y tener más poder, por lo que la comisión se paró, unos consiguieron lo que pedían, “dejad que los perros ladren” decían a los otros que siguieron en huelga en pos de lo propio que, finalmente, consiguieron e incluso el mayor de todos, el capitán de la comisión, se puso en huelga y obtuvo lo pedido.

Florindo lo que hizo fue ir dando raciones, más o menos grandes, de los avituallamientos detraídos a los niños a los miembros comisionados y los pequeños padecieron las detracciones de Florindo, el parón de la comisión, perdieron sus comidas y, cuando la comisión decidió, les condenó favoreciendo a Florindo que, empoderado por la decisión, aumentó la retención de bienes a la entrada del colegio.

En medio de este “sin Dios”, había un niño que fue el que animó al resto a defender sus derechos, al que el resto despreció al finar la disputa, los comisionados humillaron, insultaron y relegó al último puesto, para que Florindo le insultase y quitase sus peajes y no le permitiese disfrutar del recreo.

El Poder Judicial no acaba de comprender que tiene una faceta fundamental administrativa por la que el sistema no funciona si una sola de las piezas que discurren por el mismo desaparece.

El aspecto administrativo es titular de un derecho a la huelga como casi cualquier persona -menos los letrados-, pero el ejercicio del mismo debe de ser con el fin de reflejar al público la situación, hacer ruido, incluso paralizar el sistema, pero no está para hacer daño al ciudadano que, finalmente, es el que engrasa el sistema y para el que sirve este.

El derecho de huelga no puede estar por encima del derecho a la tutela judicial efectiva, no puede servir para ocasionar daños al justiciable y, mucho menos, hacerle perder el acceso a la Justicia aprovechando el desorden y daño ocasionados, el retraso ya es un daño importante, pero que puede ser absobido por el derecho de huelga, no así la pérdida de derechos o la generación de situaciones suficientemente oscuras como para, con ello, cercenar los mismos.

Es sorprendente que, con cargo al ciudadano, queramos un incremento justo de nuestros emolumentos y, en lugar de hacer una huelga sin provocar más daño que el preciso al que tienes la obligación de servir, se desarrolle buscando el máximo daño al receptor del servicio.

Me dan arcadas aquellos que en lugar de avisar, y evitar daños de que están en huelga, lo ocultan, según sus manifestaciones para “hacer daño” o de aquellos que, con el mismo fin, comunican que harán huelga que finalmente no hacen, provocando una situación de vulneración de derechos fundamentales absolutamente injusta.

Yo apoyo a los muchachos que sufren con Florindo, apoyo a los comisionados que defienden sus derechos, pero ¿quién defiende al que los defiende y que le niegan sus derechos?

Malos abogados somos los que defendemos derechos de todos y somos incapaces de defender los nuestros.

 

Enrique de Santiago Herrero

Abogado. Máster en Ciencia Política. Diploma de estudios avanzados en Derecho Civil Patrimonial. Derecho penal de la empresa. Colaborador y articulista en diversos medios de comunicación escrita, radio y televisión.

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba