El cainismo de Pedro Sánchez

Mal que nos pese, nuestro ilustre presidente del todavía Reino de España, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, pasará a la historia de nuestra bendita Patria como uno de los más sectarios, partidistas y tendenciosos de la era democrática contemporánea, a escala planetaria –como dijera la olvidada Leyre Pajín-. Carente de escrúpulos, sin lealtad más que a su propio ego personal, decide practicar la política de tierra quemada, es decir, arrasar con todo lo que se encuentre a su paso con tal de mantenerse apoltronado en el palacio de La Moncloa. Un hombre vanidoso, ególatra, déspota y desvergonzado que, sin el menor recato y decoro, no duda en pasar a cuchillo a aquellos que considere incómodos y poco rentables en su ambición más obscena, lúbrica y lasciva en su afán de perpetuarse en el poder a cualquier precio.

Sin ética y profundamente amoral, es el ejemplo vivo de la soberbia, arrogancia y altivez, en cuya estrategia política todo vale con el decidido propósito de someter, con ínfulas de buen gobernante sin humildad, con envanecimiento y sin un ápice de humildad, a sus caprichos la altísima responsabilidad que le ha sido encomendada. Con una frialdad y falta de lealtad a los suyos, a los que le han acompañado en el quehacer político y en su ascenso en la carrera a la secretaria general del Partido Socialista, no le tiembla el pulso a la hora de ajusticiar a los que atribuye sus propios fracasos. La reciente remodelación del Consejo de Ministros es la prueba fehaciente de su canibalismo y personalidad depredadora. Todo vale, según su talante y falta de talento, en la ardua y noble tarea de capitanear la flota anti española que preside. Da igual el quién, el cómo y el dónde, lo importante es mantenerse déspota y fatuo, por necio, comandando los destinos de España. Su caso es digno de estudio, no ya para los historiadores, los sociólogos o los analistas de la política, sino para los psicoanalistas y los especialistas en el estudio de la personalidad del ser humano.

El cainismo es el camino escogido a seguir. No ha dudado a la hora de practicar una actitud desleal, traicionera y pérfida con sus propios compañeros, colaboradores, amigos y compatriotas. Incapaz de reconocerse como responsable de sus desvaríos, errores y estrategias, degüella a quienes tanto debe en sus correrías por la escena pública de la política española. Si es capaz de acometer tamaña purga entre sus acólitos y más allegados, que no será capaz de hacer con el contrario. No me lo puedo llegar a imaginar, y no es que quiera levantar una lanza a favor de los guillotinados, en absoluto, puesto que les considero artífices y guionistas del esperpento nacional más sonrojante y execrable que se pueda definir.

Sus víctimas expiatorias han sido: Carmen Calvo, nada más y nada menos que su mano derecha, vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática; Juan Carlos Campo, ministro de Justicia; Arancha González Laya, ministra de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación; José Manuel Rodríguez Uribes, ministro de Cultura y Deporte; José Luis Ábalos, ministro de Trasporte y Comunicaciones, hombre de confianza de Sánchez por ser secretario de Organización del PSOE; Pedro Duque, ministro de Ciencia e Innovación y, finalmente, Isabel Celaá, ministra de Educación y Formación Profesional.
Alguno de ellos han sido la guardia pretoriana de Sánchez en su aventura alocada y desmelenada –diría que descerebrada- por dirigir, con mano de hierro, a sus incondicionales. Las dificultades que han encontrado para afrontar los duros retos que les habían sido encomendados han sido pagados con su ejecución. Cierto es que la aprobación de la “Ley Celaá”, la llamada LOMLOE, ha sido radical, carente de diálogo y capacidad de atender a las sensibilidades de la comunidad educativa, amén de sectaria y autoritaria; no menos cierto es que los desatinos de José Luis Ábalos han sido de proporciones apocalípticas –supongo que recordarán la bufonada protagonizada con la visita de Delsy Rodríguez, vicepresidenta de Venezuela, a costa de maletas llenas de dólares-, los desastres electorales sufridos en Madrid, el fracaso bochornoso de la moción de censura en Murcia, o el fallido intento de encaramar a Luis Salvador Illa al govern de Cataluña, sellaron su postrero reposo y sentencia fulminante; o los fiascos de Juan Carlos Campo al no alcanzar acuerdos para la renovación del CGPJ (Consejo General del Poder Judicial); o la política aldeana en materia de asuntos exteriores practicada por Arancha González Laya, incapaz de convencer a Europa de las excelencias del plan de recuperación presentado en Bruselas, menos aún por su negligencia en la cuestión marroquí. Los ajusticiamientos de Pedro Duque, hombre más en la Luna que en el planeta Tierra, y de José Manuel Rodríguez Uribe, tan desconocido es sus labores como ineficaz al frente de Cultura y Deporte, no suponen una pérdida irreparable ni para el sanchismo ni supone ninguna preocupación para los españoles.

Sánchez, desde el burladero, acompañado de su séquito podemita ha contemplado la corrida sin mancharse. Sus sobresalientes se arrimaron al morlaco que les tocó en desgracia, mientras que el maestro, más dado a la comparecencia mediática –sin preguntas de por medio por cierto-, se lavaba las manos y celebraba la noche de los cuchillos. Todo un ejemplo de elogio al arte del desgobierno y hoguera de las vanidades, las suyas claro. Creo, a estas alturas de mi exposición, que sus cortesanos comunistas, bilduetarras, independentistas y renegados estarán de enhorabuena, sobre todo el menguado ministro de Consumo, Alberto Garzón, el locuaz e inútil asalariado del Consejo de Ministros. ¿Qué oscuras negociaciones se habrán celebrado para mantener a este sujeto, inepto a jornada completa, al frente de una cartera ministerial? ¿Qué hipotecas tendrá Sánchez para aceptar la diarrea dialéctica de este comunista trasnochado? A sus socios, usureros del préstamo con abusivos intereses políticos, la remodelación les ha salido gratis. No se ha tocado a ninguno de ellos y eso que sus méritos no les acompañan en modo alguno.

El caso de Iván Redondo Bacaicoa, a la sazón director del Gabinete de Presidencia del Gobierno de Pedro Sánchez, merece un tratamiento más detenido. Ha sido la mano que mecía la cuna en Moncloa, dirigió el guión, la producción, la realización, la puesta en escena y el discurso de su amo, declarando a los cuatro vientos su condición de fan del ínclito presidente. ¿Sabremos alguna vez la verdadera razón de su expulsión de la Corte? Su falta de escrúpulos no han pasado desapercibidos. El Richelieu de la trastienda de Sánchez ha pasado de ser su ojito derecho, también izquierdo, de su narcisista jefe de filas, a ser condenado al ostracismo. Mi deseo es que no vuelva nunca y que se dedique al cotilleo entre visillos.

En fin, Pedro Sánchez, como en el cuadro de Goya de “Saturno devorando a su hijo”, se ha pegado un homenaje propio de un dictador de república bananera. Como la de Cuba o Venezuela, por citar dos casos reales.

José María Nieto Vigil

Profesor. Doctor en Filosofía y Letras. Licenciado en Historia Antigua e Historia Medieval. Diplomado en Magisterio y Teología Fundamental. Estudios Superiores de Egiptología. Conferenciante y colaborador de medios de comunicación. Ex Presidente Provincial de Palencia de FSIE (Federación de Sindicatos Independientes de Enseñanza). Presidente fundador de Vox Palencia.

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