¡Danzad, danzad, malditos! ¿Acaso no matan a los caballos?
Los medios de comunicación de masas manipulan las conciencias a través de la alienación de las mentes.
«Es más fácil engañar a la gente, que convencerles de que han sido engañados». (Mark Twain)
Artículo extraído del libro de Laureano Benítez “El Himalaya de mentiras de la memoria histórica” (AMAZON)
Esta ingeniería que pretende arrasar nuestro pensamiento y nuestra conciencia injertando unos paradigmas culturales elaborados por el neomarxismo tiene su origen en el pensamiento globalista, mediante el cual el Nuevo Orden Mundial quiere desorganizar las sociedades, incubando una situación de caos y conflictos múltiples donde los Estados nacionales puedan ser destruidos sin piedad, para disolverlos en el futuro Gobierno Mundial.
Cómo opera el poder globalista para imponer sus principios en el sistema mundo? ¿De qué mecanismos y estrategias se vale para imponer sus paradigmas culturales neomarxistas a las masas aborregadas? ¿Cómo se engaña a la gente, para que sigan a sus mesías de pacotilla, a sus redentores maravillosos, a sus demiurgos aureolados por el destino para cambiar el mundo, llevando a la humanidad a un horizonte de libertad y progreso?
Este adoctrinamiento en los postulados mundialistas se desarrolla a través de campañas de ingeniería social, que manipula a las masas mediante el control de los medios de comunicación, los sistemas de enseñanza, y la industria del entretenimiento.
Ésta es la «revolución» que está teniendo lugar ante nuestros ojos desde hace tiempo, en especial desde finales de la Segunda Guerra Mundial, revolución silenciosa y subliminal que sustituye a las subversiones de las barricadas y las trincheras, a las revueltas de sans-culottes y proletarios marchando contra Bastillas y palacios de invierno. Usando las nuevas tecnologías como verdaderos «caballos de Troya», infiltrando sus quintacolumnas en los centros decisivos del poder, la alienación que está produciendo en las masas no tiene parangón en la historia.
Realmente, la idea de un Gobierno Mundial para entregarlo al Anticristo, vicario a su vez de Satanás, empezó más o menos con el big-bang, pero solamente en la actualidad, cuando la tecnología mediática ha hecho posible lavados de cerebro a escala mundial, los postulados de la ideología globalista se han podido inocular al sistema mundo.
Actualmente, los medios de comunicación de masas son los creadores de la opinión pública, y, por consiguiente, los que pueden no solo inclinar los deseos de los electores hacia los partidos políticos que más interesen a la plutocracia, orientando decisivamente el voto, sino que también tienen el suficiente poder como para crear ideologías colectivas, pensamientos globales, paradigmas culturales, corrientes de opinión, etc., manipulando las conciencias a través de la alienación de las mentes.
Esta ingeniería social puede explicarse con las palabras que Kennedy pronunció en 1963, poco antes de ser asesinado: «Pero nos enfrentamos, a nivel mundial, a una despiadada y monolítica conspiración que confía en los medios secretos para extender su esfera de influencia: en la infiltración, en lugar de invasión; en la subversión, en lugar de elecciones; en la intimidación, en lugar de la libre elección; en las guerrillas nocturnas, en lugar de ejércitos a la luz del día…
Es un tejido que ha reclutado extensos recursos humanos y materiales construyendo una densa red, una máquina altamente eficiente que combina operaciones militares, diplomáticas, de inteligencia, económicas, científicas y políticas. Sus preparativos son encubiertos, no publicados; sus errores son enterrados, no anunciados en titulares, sus disidentes son silenciados, no elogiados».
Ennio Flaiano, el guionista preferido del cineasta Federico Fellini, pronosticó que, «dentro de 30 años, Italia no será como la hayan hecho sus gobiernos, sino la televisión». Profecía cumplida ―que podría aplicarse a España con toda perfección―, porque en la actualidad muchos platós televisivos han perdido su función de informar para convertirse en instrumentos de propaganda y agitación, protagonizados por unos periodistas que ejecutan su papel ajustándose lacayunamente a las consignas adoctrinadoras.
Pero, además de disponer a su servicio del tremendo y avasallador entramado mediático que han acaparado desde el inicio de la revolución tecnológica, esta siniestra operación de lobotomía dispone también de instituciones especializadas, de macabros organismos que ejecutan sus siniestros planes, de luciferinas fundaciones que injertan su maligna ideología en los débiles cerebros de las masas aborregadas.
La ingeniería social del NOM fue diseñada en gran parte por el Instituto Tavistock, fundado en Londres en 1921 ―por la Fundación Rockefeller, ahí es nada―, con el presunto objetivo de estudiar el efecto traumático que los bombardeos habían causado a los soldados británicos supervivientes de la Primera Guerra Mundial. Pronto contó con la colaboración del mismo Sigmund Freud, y las investigaciones del Instituto se orientaron hacia la ciencia comportamental que buscaba el control de los seres humanos fracturando su fuerza psicológica, con el fin de dejarlos incapacitados para oponerse a los dictadores del Orden Mundial. Y como la fuerza psicológica que crea la salud mental depende en gran instancia de la seguridad que dan a los individuos los valores, los principios, los ideales, las tradiciones y costumbres de la comunidad, la estrategia de destrucción psicológica y manipulación de las conciencias promociona todo tipo de métodos que contribuyan a romper la unidad familiar, las creencias religiosas, el patriotismo, las conductas sexuales, incluso la salud física.
Por ejemplo, Tavistock fue un decisivo impulsor de la cultura de la droga en la década de 1960, favoreciendo el movimiento hippie a través de las ingentes cantidades de droga aportadas por la CIA. Uno de los gurús de ese movimiento fue Aldous Huxley, agente de Tavistock, experto en el campo de la farmacología aplicada al lavado de cerebro.
Según afirma John Coleman en un libro de 1992, su campo preferente de actuación son los medios de comunicación, transformando a las colectividades humanas en jardines de infancia donde nos atiborran de entretenimientos alienantes para mantenernos controlados.
El pensamiento de Tavistock puede resumirse con esta verdadera declaración de principios: «La eficacia de una propaganda política y religiosa depende esencialmente de los métodos empleados y no de la doctrina en sí. Las doctrinas pueden ser verdaderas o falsas, pueden ser sanas o perniciosas, eso no importa. Si el adoctrinamiento está bien conducido, prácticamente todo el mundo puede ser convertido a lo que sea».
La estrategia Tavistock refulge con un especial protagonismo en todas las novela distópicas que diseñan un futuro apocalíptico donde el ser humano es reducido a escombros, robotizado como una grotesca marioneta totalmente controlada por los amos de un sistema que los convierte en borregos, en esclavos, en entes cosificados que e limitan a trabajar como malditos sumidos en una completa ignorancia de su trágica manipulación por una propaganda lobotomizadora.
Entre esas novelas distópicas hay una que, pese a no poder encuadrarse exactamente en ese género de sociedad-ficción, debería ser incluida en el parnaso de las distopías: «¿Acaso no matan a los caballos?», escrita por Horace McCoy en 1935, un periodista y guionista de Hollywood sin renombre que imaginó una historia sórdida y siniestra en los Estados Unidos de los años 30, cuyo argumento gira en torno a un interminable maratón de baile, que consiste en bailar, en danzar de manera interminable durante días, semanas, meses, hasta la extenuación y la catatonía –solamente hay diez minutos de descanso entre baile y baile–, a cambio de comida, con una recompensa de mil dólares para la pareja ganadora, mientras que las masas asisten al grotesco espectáculo previo pago. La novela dio lugar a una película de Sidney Pollack, estrenada en 1970 bajo el título de «¡Danzad, danzad, malditos¡».
Novela de terror social –los maratones de baile eran una costumbre en esa época–, que expresa de una forma casi kafkiana la luciferina ingeniería social del NOM; novela que, a pesar de haber sido escrita en 1935, muestra de forma desgarradora el horror dantesco de una sociedad totalmente putrefacta, corrompida por una feroz lobotomía mediática, entregada al circo, a la guillotina… una sociedad donde sus miembros, destrozados por el mito de Sísifo, consumen, danzan, trabajan y votan como malditos, como caballos listos para el matadero.