Cuando el arte de recoger nueces deja de ser un monopolio
En esta gran casa que es España, que actualmente dirige un comprador desesperado, el monopolio de las nueces, por desgracia, lo tienen los caseríos, masías y dachas; mala y aciaga noticia para los residentes de la misma y futuros consumidores del postre, de ese único menú.
Estas particulares casas, son las dueñas de los nogales de la gran casa y obsesionadas con la destrucción de esta última, deciden que es el momento propicio, por su carácter de maduro, para elevar el precio de las mismas, al sentimental capricho de sus exigencias.
Cuando desaparece el monopolio, el precio baja, pero las exigencias se multiplican exponencialmente, debido al alza en la oferta de productores y recolectores del fruto, lo cual lleva inherente cosas buenas y malas.
Las buenas, esa guerra entre recolectores o productores, vulgares traficantes y chantajistas, fruto de un egoísmo y egolatría, que les hace poseedores de una falsa autoridad moral sobre su rival competidor, en la escritura de propiedad de ese monopolio, lo que irremediablemente acabaría en otro monopolio, sin duda más moderado.
Las malas, que la fatuidad, megalomanía y egoísmo del comprador, le lleve a una frustración obsesiva, que le dicte o haga pagar el excesivo precio, marcado por estos vulgares ladrones. Lo que desembocaría en un rápido empacho de nueces por parte de los futuros y sufridos consumidores, con la lógica y nociva consecuencia de la desaparición de tan preciado mercado y con ello la fragmentación y posterior destrucción, de la gran casa.
Esto es a forma de parábola, anécdota o cuento irónico, lo que en mi humilde y modesta opinión son los nacionalismos periféricos, sean de derecha por su inmenso, descarado y confeso espíritu religioso, caso del PNV o baukinistas por su espíritu anárquico, nihilista y ácrata, además de jacobinos debido a su génesis ideológica de izquierda radical.
Aunque con un pequeño pero importante matiz, a estos últimos, sus ancestros, los verdaderos jacobinos, los hubieran guillotinado sin dilación, por su carácter fragmentario. Cosa, esta última, que aunque suene paradójico o antitético, no está dentro de esa dicotomía de derecha-izquierda.