Crónica del juicio contra una procesión del «coño insumiso»
Por Polonia Castellanos, presidenta de Abogados Cristianos
El pasado día 3 fue el juicio contra las organizadoras de una «procesión» ―la «procesión del coño insumiso», realizada el 1 de mayo de 2014 en Sevilla― cuyo único objetivo (no nos engañemos) era atacar a los cristianos.
He estado en vistas por asesinato, por lesiones, por malos tratos… jamás había visto tanta violencia por parte de las acusadas y de su entorno.
En las puertas del juzgado, varios cristianos nos reunimos, con un lema muy simple «RESPETA MI FE», pacíficos, en silencio, cuando entonces embistió contra nosotros una comitiva que portaba en andas una vagina de plástico, ataviada como si fuese la Virgen María.
¿Qué necesidad tienen de hacer esto? Según las acusadas, en necesario hacerlo para reclamar mejoras laborales para las mujeres: pues bien, después de que se burlasen del Credo, del Ave María, que gritasen «hay que quemar la Conferencia Episcopal» o «La Virgen María también abortaría», mientras pasaban por delante de La Macarena, de que hiciesen un «besaclitoris», de que bailasen sevillanas burlándose de varios sacerdotes, de que vistiesen una vagina como si fuese la Virgen María, de que la «procesiónasen» burlándose de la Semana Santa, vestidas de nazarenas y de manolas, y de que leyesen una manifiesto contra la Iglesia Católica, después de todo eso sigo teniendo que hacer encajes de bolillos para trabajar, ir a buscar a mis hijas al cole, llevarlas a inglés, a música, ir a reuniones… es decir que, con todo lo anterior, mis condiciones sociolaborales no han mejorado nada, en cambio me ha dolido mucho cómo se han burlado de mi Fe y han hecho escarnio de mis creencias.
Siguiendo con el juicio, después de una larga espera y el trabajo de unos policías inmejorables, logramos entrar, no sin empujones, amenazas y burlas, y me senté en el estrado, junto al ministerio fiscal. Allí me llamó la atención que un hombre, al parecer familia de las acusadas me miraba e insultaba entre dientes (gesticulaba de forma exagerada, por lo que se entendían perfectamente sus insultos). Entonces, coloqué la imagen que siempre llevo de la Virgen María enfrente de él, y el resultado fue inmediato (como echar ajo a un vampiro): empezó a revolverse y a agitarse, y es el que el poder de la Virgen es inmenso.
No fue el único que me insultó: en pleno juicio, una de las acusadas quiso hacer uso de su última palabra para insultarme, es eso lo que ellas entienden por libertad de expresión, que pueden insultar, burlándose de las creencias cristianas… pero luego a ellas no las puede pasar nada, sin duda se creen por encima de la ley.
Mintieron las acusadas, son violentas, pero no son valientes y, sobre todo no son libres, llegando a decir que si hubiesen sabido que lo que hacían era una burla tenaz y premeditada contra los católicos no lo hubiesen hecho, pero… ¡Si lo han vuelto a hacer antes de entrar al juicio!
Maribel ―representante de Abogados Cristianos―, también declaró: estuvo insuperable, sencilla, sincera, como es ella, un amor de persona , el contraste entre ella y el resto era evidente.
Hicimos las alegaciones finales, basándome en que para que las acusadas ejerzan su «libertad de expresión» no es necesario que vulneren el derecho a la libertad religiosa del resto, ya que la libertad de expresión no ampara la vejación, ni el insulto, y, por supuesto, que para reclamar mejoras laborales no es necesario hacerlo delante de una Basílica mientras se burlan del Credo y el Ave María. Era evidente que la intención de las acusadas no era reclamar nada, sino burlarse y arremeter contra los católicos, prueba de ello son las cantidad de burlas y ataques gratuitos que realizaron, y que repitieron poco antes del juicio.
Salimos del juicio, y allí también nos esperaba de nuevo la turba violenta. Me olvidé de devolver la toga, así que quise volver a entrar. Los guardias de seguridad habían cerrado y no me dejaban entrar por si se les colaba uno de los violentos. Finalmente, le convencí y entré, e inmediatamente cerró la puerta detrás de mí, bastante apurado, lo cual no era de extrañar viendo los gritos y los ademanes de los que estaban fuera.
Entre la turba y el griterío vi una cara conocida. Me costó hacer memoria, pero al final la reconocí: gritando con voz muy aguda e insultándonos estaba la autora de un cuadro en el que se burla de la Inmaculada, luego dirá que burlarse no era su intención.
En el viaje de vuelta, a mi compañera de prensa y a mí nos llamaron varias veces por teléfono para insultarnos.
Pero llegué a casa, besé a mi marido y a mis hijas y todo lo anterior se disipó.
He de decir que no tuve miedo en ningún momento, pero me di cuenta de la «batalla» que estamos librando: las supuestas «feministas», a mí, también una mujer, me hubiesen linchado y tirado al mar… jamás vi tanto odio ni tanta violencia (ni siquiera en los juicios por asesinato donde el presunto culpable, a todas luces culpable, acude esposado junto a la policía o la guardia civil).
No creo que los violentos (y violentas) que ayer estaban en la puerta del juzgado de Sevilla defiendan nada, creo que solo atacan, y creo que las mujeres, los derechos laborales y los salarios justos les dan igual, porque lo único que saben es odiar, y si tienen que incumplir la ley no les importa, el odio es irracional.
A pesar de todo, hoy siento pena por ellas, y siento alivio por no odiar, porque no me gustaría convertirme en uno de ellos, pero eso no significa que puedan burlarse y arremeter contra los cristianos: tenemos que defendernos, además la ley y la jurisprudencia nos avalan y, sobre todo, tenemos que ser conscientes de con quiénes estamos tratando, que cada uno saque aquí sus propias conclusiones.
Muchos me han preguntado si ganaremos, y tengo plena confianza: sé que la justicia no siempre es valiente e independiente, y que los violentos (y violentas) presionan a los jueces (la jueza de instrucción llegó hasta a denunciar tal acoso), pero nosotros estamos en el lado de la verdad (y verdad solo hay una), porque además tenemos pruebas y porque tenemos sentencias que nos dan la razón, por lo que no tendrán más remedio que admitir que la verdad está de nuestra parte.
Aun así, tendremos que seguir peleando, pacíficamente, pero sin dejarnos pisar ni una vez, y defendiendo la vida, la familia y la fe hasta el último suspiro, porque todo esto nos hará ganar el JUICIO, y no hablo del de ayer, sino de otro mucho más importante, y enseñará a nuestros hijos, a nuestros nietos, y a las generaciones futuras que aunque batallamos sin armas y con un enemigo tremendamente violento, la victoria es nuestra.