Chatbots, iPlace y corazón
En estos días de teletrabajo, de confinamiento, en los que buscamos la forma de reinventarnos para ser capaces de afrontar el futuro al que nos dirigimos a velocidades de vértigo y sin freno alguno, se potencia la actividad comunicativa telemática. Ya llevábamos tiempo con una obligada introducción de los sistemas informáticos y de la actividad “on line”, no presencial, de la banca y de gran número de grandes empresas; pero, es evidente que con eso se produce un trato impersonal y un enfriamiento cruel de las relaciones sociales, empresariales, económicas y personales.
Ese cambio se verá incrementado con el uso desaforado de los denominados “chatbots” como sistemas de ventaja y oportunidad frente al competidor, de forma que el usuario tendrá una relación mecánica con los profesionales, empresas, distribuidores y comercial en general. Junto a los sistemas inteligentes, proliferarán los denominados TICs, aplicaciones informáticas, domotizaciones e iPlace, como formas avanzadas de actividad.
Esa transformación era ya visible antes de la ruina del covid19; por eso, algunos animábamos a apostar por las nuevas tecnologías, el 5G y la investigación y desarrollo. Pero, consecuencia de las nuevas formas de relación interpersonal y empresarial, se verán potenciadas, de forma exponencial, dejando en el camino a todo aquello que no sea capaz de adaptarse al cambio, sin tener en cuenta, ni evaluar, los efectos perniciosos que los mismos pueden conllevar.
Es verdad que esa técnica, o programa que funciona mediante inteligencia artificial, permite mantener conversaciones como si con un ser humano estuvieses relacionándote, y que las aplicaciones tecnológicas van a suponer una transformación a la que hemos de enfrentarnos, acomodarnos y adaptarnos; pero, también, deberemos de ser conscientes e intentar valorar la relación y calor humano.
Con un ejemplo, real, de estos días de auténtica ansiedad y zozobra: un enfermo de covid19, al acudir al centro asistencial y ser ingresado fue tratado por un profesional humilde, luchador, humano que, igual que hacía un diagnóstico, le tomaba la temperatura, le informaba, le daba la medicación y le explicaba que estaba intentando dar una solución fuera de los protocolos habituales. Al poco, cambió de médico y, el nuevo, amén de hacer estrictamente su trabajo, aplicaba los protocolos sin otra valoración. El primero, dio calor, entregó humanidad y, arriesgando, buscó soluciones al paciente. El segundo aplicó la técnica, cumplió el protocolo, ofreció profesionalidad y frialdad. Cuando los días pasaron, el paciente salió adelante y volvió a dar las gracias a quien le había salvado la vida, acudiendo al primero, pues al pasar junto al otro médico, sólo pudo mirarlo con cariño y decirle: lo siento, pero se equivocó y si no es por su colega yo no hubiera estado hoy aquí.
Como corolario: debemos de ser capaces de refundirnos y hacernos de nuevo a lo que nos viene, pero no debemos de olvidar que el ser humano debe de ser el centro de nuestra actuación y de nuestra forma de vivir.
Habrá quien quiera poner en el centro al Estado, a la economía, al Servicio Público, al protocolo; pero, si seguimos ese camino no sólo estaremos en la ruina, no seremos capaces de adaptarnos, y viviremos un mundo de lobos en el que los únicos que resistirán serán las élites dirigentes, el resto seremos “perritos sin alma” apaleados y sin posibilidad de subsistencia más allá de la utilidad que de nosotros obtengan esas élites. Seremos cerillas que se cogen, se encienden y se tiran.