Catálogo de lo español, o no
Una clasificación de los ciudadanos que pueblan el Reino de España.
España diversa, España dispersa, España vacía y vaciada, España sin España. Qui le sait? ¿Quién lo sabe? – que dirían nuestros “amigos” franceses -. Lo cierto es que los españoles somos un pueblo complicado, más dado a las pasiones que a las razones, más entregado a la indolencia y la apatía, al conformismo y la abulia que al ejercicio del sentido común y la práctica de la razón. Somos contradictorios, incoherentes, paradójicos, discordantes y muy entregados, con demasiada frecuencia, al dislate, al disparate y a la paradoja. Me siento español, lo digo sin complejos y orgulloso de quién soy y de dónde procedo, pero me cuesta demasiado comprender la absurdez de tantas cuestiones y la idiotez elevada al grado superlativo.
Siempre he pensado que cada español es un universo y a la vez – esta es la paradoja -, un pequeñísima partícula de polvo cósmico. Somos el todo o la nada; el blanco o el negro; la luz y la tiniebla. Hemos sido protagonistas de grandes gestas, impulsado el mundo civilizado, alumbrado la historia, pero de igual modo, somos los divos del esperpento, lo grotesco y lo ridículo. Como señalaba anteriormente ,el todo y la nada, el yin y el yang del taoísmo según el cual lo contradictorio y lo complementario se encuentra en la naturaleza de todo.
Españoles somos, españoles de rompe y rasga, de toma y daca, en una España que hace aguas, que naufraga y se autodestruye y reconstruye con inusitada frecuencia. En el catálogo de lo español, o no, referido a los habitantes que pueblan la piel de toro – que dijera Estrabón -, de la parte española, no de la lusitana, se me antoja hacer una clasificación de los ciudadanos que pueblan el Reino de España.
Renegados y desertores de España. Son muy abundantes y beligerantes en los últimos tiempos. Muy activos en sus reivindicaciones, protestas, propuestas y declaraciones. La amalgama de siglas e ideologías que representan son de todo tipo, pero con el denominador común del odio a España y a lo español. Sus subespecies son: bilduetarras, comunistas, anarquistas, antisistemas, nacionalistas, podemitas, chavistas, ecologistas sandias, socialistas radicales, republicanos de tercera generación, y una pléyade de mareas, marejadas y marejadillas de distinto nombre.
Son tribus amenazantes y muy sectarias en la defensa de sus posiciones. Sus líderes son muy altivos, orgullosos, soberbios, arrogantes e impertinentes. Hoy son las tropas mercenarias al servicio del presidente del gobierno, Pedro Sánchez, siempre dispuestas a la bravata, la amenazaza, la intimidación y la extorsión. Muchos caciques les representan: Pablo Iglesias, Pablo Echenique, Juan Carlos Monedero, Iñigo Errejón, Alberto Garzón, Gabriel Rufián, Arnaldo Otegui o, por citar algunas féminas, Mertxe Aizpurua, Irene Montero, o Isa Serra. La lista es generosa y muy enriquecida en los diversos virreinatos del Reino de España, parroquias, cabildos, municipios y núcleos locales. Representan un especial peligro para la unidad de nuestra Patria común y para el modelo constitucionalista instaurado.
Indolentes, neutros y ambiguos. Es un grupo muy numeroso. España ni les va, ni les viene. Les da igual Juana que su hermana. Dicen y proclaman pasar de todo – siempre que no les afecte directamente -. Son nihilistas sin saberlo, profundamente hedonistas y fácilmente influenciables. Es la bolsa de votantes hacia la que miran codiciosos los partidos clásicos y los emergentes, pues adolecen de ideología alguna e inquietud política. Viven ajenos a lo que ocurre, no quieren saberlo, y se confiesan apolíticos.
Personalmente no entiendo su postura de abandono de la escena. Hablan – algunos -, de la desafección política, de su falta de atractivo y de la excesiva desconfianza que les genera el sistema. Son muy dados a decir aquello de “mismos perros, pero con distinto collar”, o “todos son iguales”. Una excusa inaceptable que adolece de argumentos y razones. Me preocupa que sea el grupo al que se incorporan muchos jóvenes que inician su vida adulta.
La abstención, el voto oculto y excesivamente volátil hace variar la balanza de los resultados electorales con frecuencia y facilidad, más aún el pronóstico de las encuestas. Ayer no votaron, hoy se decantan por la izquierda, mañana por la derecha.
Los apesebrados. Son un auténtico problema de naturaleza económica. Me refiero a millones de paniaguados agradecidos al sistema que les da de comer. No tienen fidelidad nada más que a sus propios intereses y hacia aquellos benefactores que les cobijan. Como dijera Bertrand Duguesclin, célebre militar francés al servicio de Enrique de Trastámara cuando asesinó a Pedro I “el Cruel”, “Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”. Hoy es uno, mañana puede ser otro. No hay razones de credo, afección o ideología alguna, ya que el bolsillo y el interés exclusivamente personal es el que mueve la decisión o inclinación de lealtades.
Saborean las mieles de la partidocracia, del sistema de libre designación, del amiguismo, del enchufe y la contratación por la puerta de atrás, sin luz ni taquígrafos. En España se dilapidan miles de millones de euros para pagar las nóminas de tanto chupaligas y “chico de los recados”. Les hay en todos los partidos y son de todos los colores posibles. La dedocracia, la llamada de teléfono, el tráfico de influencias y la trampa son métodos habituales para la colocación de los apesebradados y amamantados por el valedor de turno. Es por este motivo por el que están contentos con un sistema que les da de comer y aposenta de manera tan generosa.
Particularmente me resulta lamentable, penoso y bochornoso para el paniaguado que, en demasiadas ocasiones, sin tener méritos reconocidos, se ve fragantemente favorecido y protegido por el señor al que sirve. Odian el concurso de oposiciones o la contratación pública mediante el mérito acreditado, les produce urticaria. Sin dignidad, honorabilidad y orgullo se ven obligados a practicar la genuflexión y la inclinación reverencial servil. Los partidos políticos consiguen fidelizar el voto de legiones de acólitos mediante este sistema clientelar tan usado en el solar hispano.
Es tema no menor y muy serio. Es uno de los aspectos de la corrupción que está instalada en nuestro juego político. Es grave por tratarse de la administración pública financiada con el erario público, es decir, sostenida con los impuestos de todos los españoles contribuyentes. Si se necesitan asesores, que los paguen los contratantes; si se necesita contratar personal, que se convoquen oposiciones; si se necesita cubrir determinados puestos, pues que se saquen las plazas por concurso de méritos.
Patriotas, patrioteros y patriotillas de bandera y manifestación. Patriotas inútiles, pues su gesto circunstancial y momentáneo, superficial y melifluo, demasiado dulzón y grandilocuente, suele quedar en la nada más absoluta. Es pura teatralización de un patriotismo de comedia, siempre ridiculizado por la izquierda apátrida. Estos españoles de bien, se sienten muy afectados por lo que ocurre con España –rara vez utilizan el término Patria-, y siempre se muestran dispuestos al comentario facilón, frecuentemente enlatado y precocinado.
Es mejor que nada, pero su fervor necesita de una convocatoria, de un pretexto y una escusa para pronunciarse, exhibirse y manifestarse. Sin el gran grupo carecen de valor y arrojo para defender lo que creen. Su compromiso ideológico queda reducido al voto en la urna, después, muy poco o nada. El lloro y la queja amarga en la intimidad, la crítica velada y la defensa pública personal de lo que se piensa, de lo que se siente, no existe, o se esgrime en círculos muy cerrados y afines, poco proclives a la disidencia de un contrario.
Falta compromiso abierto y decidido, militancia y activismo reconocido. No se asumen riesgos, no se aceptan compromisos, y el proselitismo es endogámico, es decir, se cultiva en ámbitos y círculos ya propicios, así pues no existe apostolado –si se me permite la expresión-. Eso sí, con alegría y desenfado, se brinda por España, se celebran los éxitos de “la Roja”, se blasonan los balcones con la enseña nacional. Todo este está cuasi perfecto, pero…..no es suficiente. Desde luego que añade color y calor, pero….no es suficiente. España no es un eslogan, o solamente un himno –que no tenemos-, o simplemente una bandera. Ser un verdadero patriota es mucho más que todo esto, no reside en salir a la calle de cuando en cuando disfrazado de patriotismo folclórico.
Dentro de este grupo se integran muchos votantes a la derecha de la izquierda, a la derecha del PSOE, puesto que el concepto Patria no es reconocido por la vociferante izquierda.
Patriotas. A secas, sin más disfraz. A jornada completa, las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, los trescientos sesenta y cinco días del año. En la hora fácil y en la difícil. Patriotas válidos, decididos y comprometidos con sus ideas y credos. Defensores en todo tipo de ámbitos y circunstancias de aquello que profesan: su amor a la Patria y su devoción a España.
Activismo en lo profesional, en lo social, en lo público y en lo privado; empeño en la defensa de los ideales; afán de ganar adeptos, seguidores y partidarios a la causa defendida. No hay miedo, ni mucho menos complejos, hay arrojo y coraje, orgullo y pasión no exenta de razón. Muchos no vacilaron en dar su vida al servicio de tan noble causa, no titubearon ante la amenaza criminal, el insulto, el desprecio, la exclusión o la mismísima muerte.
Dentro de este grupo selecto se encuentra el resto de los que no se incluyen en los anteriores apartados. Del verdadero patriotismo les hablaré con más detenimiento en otra ocasión.