Año 2024, Covid-23…¿o el mundo de mierda que nos espera? Por Luys Coleto
Llega a los cines españoles, Inmune (Songbird). Y la trama nos ubica en el año 2024: el presunto coronavirus ha devenido en covid-23. En esas fechas ya posee un 50% de” mortalidad”, por lo que el planeta entero se ve obligado a permanecer absolutamente enchironado en sus casas. Nico (KJ Apa, Riverdale), a la sazón, es un mensajero “inmune” al virus que se enamora de Sara (Sofia Carson, Los descendientes), pero dadas las circunstancias que acontecen en derredor deben permanecer separados. Él intentará reunirse con ella a toda costa, mientras trata de descubrir cómo «salvar» a la humanidad. Songbird está dirigida por Adam Mason (Into the Dark), contando con la producción de Michael Bay (2012, El día de mañana, Transformers). Un mayúsculo truño, pues, pero con interesantes apuntes distópicos que resaltar. ¿Apuntalando el horror actual?
Tiranía sanitaria…
En Inmune ha muerto toda esperanza. En casi cinco años, el mundo expiró. Exactamente, 213 semanas. Entre los locoides pangolines de Wuham y el relato presente, Dante y su pórtico del Infierno: abandonad toda esperanza.
Los humanos han devenido definitivamente ratones. Tal vez de laboratorio, tan Universo 25. Un mundo donde el contacto físico ha quedado definitivamente clausurado. El trabajo físico, fin. Todo es tele-trabajo. Un mundo donde rige una atroz dictadura sanitaria, y todo matasano o avatar porta su correspondiente y «espacial» NBQ. Los mass-mierda, acabados y perfeccionados terroristas mediante el pretexto del miedo al virus y a las nuevas «cepas».
…dictadura militar y policial
Las relaciones personales se producen totalmente a través de pantallas. Los móviles llevan instaladas aplicaciones para escanear a todas horas la temperatura corporal. Si tienes fiebre, tu vida peligra. Si existe una remota posibilidad de infección, van a tu queli y echan la puerta abajo. También llevan por la fuerza, si les place, al «asintomático». Los drones policiales sobrevuelan a todas horas. La militarización es un aterrador e incontrovertible hecho. Los milikitos, todos, con máscaras anti-gas. Todo es «limpiado» y «saneado» a través de UV-C, «desinfectante» luz ultravioleta. En la calle solo se encuentra personal autorizado e inmune (pulserita amarilla, a la manera de contra-estrella de David). Y película, también, donde se avizoran los primeros bosquejos de transhumanismo: los denominados inmunes no serían estrictamente humanos.
Un mundo donde los hombres continúan yendo de putas
Y gente necesitada de afecto físico aunque lo disfrace de cópula mercenaria. En el mundo de Inmune se venden pases de inmunidad en el mercado negro. La peña enchironada en sus casas lo asume con «normalidad». Los milikitos, si osas incumplir los férreos toques de queda, y no eres pillado por los citados drones, tienen absoluta potestad para tirar a matar. Con impunidad, desde luego. Literal: » Si intentan salir de sus casas se les disparará en cuanto les vean«.
Los «disidentes», mientras, ven cine clásico protagonizado por Mickey Rooney. La gente sigue fumando. Escucha Tosca de Puccini. Se añora a Lebron James o al difunto Kobe Bryant. O van de putas si no les pillan. Rara e ineficaz forma de “rebeldía”. Seres humanos, “insurrectos” incluidos: fugitivos hologramas, digamos, de un mundo definitivamente clausurado.
Campos de concentración…de donde no se regresa
Y, por supuesto, en este mundo, por supuesto, a la manera del Führer Feijóo, existen las Zonas Q (Q Zone), zonas de cuarentena. Sajar el eufemismo: campos de concentración, vamos. En tales campos, comentan los huidos de él, las condiciones bárbaras. De allí no regresas, aseveran los mismos fugados.
Recomendable, pasable, sin más. Híbrido perfectamente obtenido entre ventana de Overton y programación predictiva. En fin.