21 gramos que sirven para todo
Nuestro cuerpo es una maquinaria perfecta que funciona gracias a un motor potente que hemos aprendido a cuidar y reparar, lo que nos permite, salvo otros accidentes como el cáncer, funcionar durante muchos años.
Somos una máquina perfecta que funciona gracias a un impulso energético que nos da la vida y que algunos denominamos alma que, incluso, se ha llegado científicamente a pesar y afirmar que son 21 gramos. Para algunos de nosotros, cuando ese álito se transforma y abandona nuestro cuerpo, aprovechado cualquier defecto físico, se encuentra la muerte, la transmutación del alma en otra energía diferente que discurrirá por el universo hasta que se una o encuentre el rostro divino y resucitemos en ese momento, o vague por el universo de forma continua en pos de aquello que anhela y nunca alcanzará.
En la medida que somos los hijos autistas de ese Dios en el que alguno creemos, o del carma universal que otros anhelan, lo cierto es que no sabemos, no alcanzamos a comprender cuál es el plan divino o universal, cuál es lo que de cada uno de nosotros se espera, si estamos cumpliendo nuestra misión o simplemente no damos la talla, es la sensación que tiene mi hijo cuando le llevas al médico, lugar que odia, que me sigue, que se asusta, que no entiende, pero… es para su bien, pues… dónde me lleva ese Dios que espero guíe mi vida, o esa energía cósmica que me empuja en mi caminar.
Todo aquello que crees vivir en favor de los demás, ellos no lo perciben como algo bueno, lo que te esfuerzas en transmitir no consigues que tus interlocutores escuchen, todo aquello que forma parte de tu vivir llegará un momento en el que no corresponde con lo que otros han vivido de ti… tu vida pasada habrá sido una fascinación irreal que tu viviste con intensidad y los demás no descubrieron en ti. Es lo que supone el pasado, un algo que dejó dos sendas distintas: la que tú deseabas marcar y la que los demás han visto señalada; una intensa, potente, fuerte, con ilusión y, la otra, una fina raya en el suelo que apenas sirve para nada.
Lo importante, lo clave es tu futuro, lo que te quede por vivir, que ni tú, ni nadie lo sabe, y que puede ser temprano, demasiado temprano como le ha sucedido a mi amigo Juan Carlos, o tras una vida fructífera en la que cumpliste tu destino, dejaste señalada una senda, como fue el caso de mi padre.
Lo malo es que resulta difícil hacer cambiar al burro viejo su trotar y si no fuiste capaz de triunfar en tus metas, a partir de determinado momento lo que te queda es pacífica, tranquila y sosegadamente aceptar que no lograrás la meta que te propusiste, por ansiosa, por excesiva o, simplemente, por no haber sabido correr la carrera.
Una vez que encaras un proyecto, ahora, antes o mañana, lo debes de hacer como si tuvieses 20 años, con ilusión, con fuerza, con ansia y, si no tienes esa edad, con la experiencia que te da el camino recorrido, sin amedrentarte por ser mayor de lo que se busca o desea, sino con la conciencia clara de que el fracaso no es una meta y que si fracasas debes de obtener los aspectos positivos, comprobar lo que hiciste bien reforzarlo y valorar lo que hiciste mal para superarlo, sin perjuicio de un efecto o variable que, aún siendo menor, es importante: la suerte.
Piensa que esta variable no todo el mundo la obtiene, que hay que trabajarla, que hay que buscarla, pero que si no se alcanza o es la causa que imposibilite tu triunfo, sino un escalón más que subir y superar.
Lo que se desarrolla en el terreno personal, se aplica de forma equivalente a la sociedad, de forma que una sociedad que no se esfuerza, que no lucha, que no se mueve, que no afronta los retos con ilusión y que, cuando falla, no descarta lo equivocado para potenciar lo bien hecho, es una sociedad que pierde su alma, que encuentra su muerte.
Dejémonos de ideologías que manipulan la realidad, que distorsionan nuestro pasado, manipulándolo, que empañan nuestro presente, engañando, y que destruirán nuestro futuro, hipotecándolo y llevando a una sociedad sana a la pérdida de su alma y, por ende, a su muerte.